Hay evidencias de que la situación no evoluciona a mejor, y es que los precios continúan subiendo, y aunque lo harán a un ritmo cada vez más moderado, la destrucción de renta disponible, continua. Es lícito considerar que modera su intensidad, pero también lo es advertir que aminorar no es revertir, y que moderar no equivale a controlar, porque podemos llegar a la falsa conclusión de la crisis se ha terminado, antes siquiera de haberse formalmente iniciado.
Cómo no preguntarse, cuando han pasado ya algunas semanas desde la publicación de la inesperada mejora del IPC estadounidense de octubre, si los mercados pueden sostener y profundizar la recuperación que siguió a continuación y que, esencialmente, se sostiene intacta.
Estamos habituados a acontecimientos súbitos que permiten fechar el comienzo de una crisis, pero la situación actual reviste una forma de destrucción más lenta, basada fundamentalmente en la resiliencia que muestra el mercado de trabajo. Mientras, está teniendo lugar un proceso paulatino de destrucción de la renta disponible a través de los precios del consumo, y de la riqueza a través de los precios de los activos.
AMINORAR NO ES REVERTIR
e registran puntuales alivios de mano de anuncios de políticas fiscales de apoyo a los sectores más vulnerables y, como ocurrió en el caso del índice de inflación de EE.UU., de recuperaciones en los precios de los activos que asemejan poner punto final al deterioro, sin que todavía se haya percibido una situación clara de crisis general que siga el modelo de otras anteriores, donde el estallido final vino de mano de un fuerte incremento del desempleo.
Hay evidencias de que la situación no evoluciona a mejor, y es que los precios continúan subiendo, y aunque lo harán a un ritmo cada vez más moderado, la destrucción de renta disponible, continua. Es lícito considerar que modera su intensidad, pero también lo es advertir que aminorar no es revertir, y que moderar no equivale a controlar, porque podemos llegar a la falsa conclusión de la crisis se ha terminado, antes siquiera de haberse formalmente iniciado.
LAS LEYES BÁSICAS
Estamos ante una crisis de paso lento, que se percibe de forma distinta según donde el observador esté situado, pero que, a causa de tener su origen en un fuerte shock de oferta, va extendiendo su impacto en las distintas economías de forma diversa, destruyendo las partes del tejido económico más expuestas, o más débiles, sin que en el horizonte aparezca algo que permita pensar que la situación revierte y que estamos a las puertas de un inminente cambio a mejor.
Del mismo modo que no se abrieron las puertas del infierno al regreso del verano, no se están despejando ahora las nubes que continúan ensombreciendo la economía global. El invierno está empezando con las reservas de gas llenas, del mismo modo que la destrucción de renta se compensa con el recurso a la deuda y al ahorro generado durante la pandemia, pero, así como se consumirán las reservas de gas, lo harán los recursos privados y públicos con los que se está paliando el incremento de los precios.
Sería un error suponer que hemos sido capaces de romper las leyes básicas de la economía de bienes y servicios en la que la respuesta a un alza de precios es siempre una reducción de la demanda, y que no puede aplicarse a la economía real lo que es tan clásico de la economía financiera, donde lejos de que la demanda disminuya en respuesta al alza de precios, las subidas atraen cada vez más compradores.
Nos recuerda el modo en que algo así finaliza lo acontecido en el mundo de las criptodivisas donde, afortunadamente, los afectados se circunscriben a aquellos que, en una mezcla de codicia y desconocimiento, creyeron encontrar un atajo a la riqueza. En la economía real, la destrucción lenta y global continuará mientras los precios de la energía no reviertan, y si hemos de atender a lo que conocemos, algo así, necesitará años. Por lo que hemos aprendido, atenderemos, sobre todo, al empleo.