SOCIEDAD

España en ocho versos y una canción esperan en el Congreso

Raúl Heras | Lunes 12 de diciembre de 2022

Le bastaron ocho versos a Antonio Machado para hacer un retrato de España. Hace 110 años de aquella fotografía hecha en palabras de la que nuestra clase política no para de hacer copias. La misma España que muere y mata, y la misma España que bosteza mientras unos pocos insisten en ponerle color de sangre a las dos mitades que, con calculado precisión, buscan helar el corazón de los españoles. Unas palabras y una guitarra que deberían sonar en el Congreso.



Se despide en estos dias de su profesión de juglar Joan Manuel Serrat, tras recorrer los caminos ya pisados en los últimos cincuenta años. Un catalán que puso voz a los versos que un andaluz dedicó a Castilla. Son apenas diecicho segundos los que se tarda en recitarlos, algo más en cantarlos, muchos menos de los que emplea nuestra clase política en lanzarse insultos, cada vez más duros, más descarados, má soeces. Y todo por un puñado de votos, por un ir y venir entre sillones y formas de leyes, por mirar al resto de españoles como a un educado rebaño. Todos, desde Pedro Sánchez a Pablo Iglesias, desde Iñigo Urkullu a Pere Aragonés, desde Inés Arrimadas a Santiago Abascal queriendo imponer su magen de buen pastor. El poeta tuvo que irse a morir a Colliure un frio y tenebroso febrero de 1939, tras huir de la guerra, del hielo en el corazón, al igual que lo hicieron miles de paisanos, aquellos que no murieron en la peor tragedia de este país en los últimos cien años.
Antonio, el poeta, los escribió mientras veía morir a su esposa adolescente. Joan Manuel, el cantante, los resucitó para millones de personas. Un retrato en blanco y negro que creíamos desaparecido en lo más profundo del baúl de los horrores patrios. Nos equivocábamos, los odios, las venganzas y las mentiras crean profundos surcos en la piel de los países. Surcos de lava que al enfriarse visten de luto al futuro común. Se tardan años e incluso siglos en levantar el edificio de la convivencia, y en apenas unos días, unos meses tal vez, se destruye y se derrumba.
El Machado que nació en Sevilla y se hizo maestro para enseñar a pensar murió en el exilio, cinco semanas antes de que Franco firmara de su puño y letra el fin de nuestra guerra civil. Escribió en esas dos cuartetas la historia condensada de 300 años. Convendría que la totalidad de nuestros dirigentes políticos los leyeran, los asumieran y los utilizaran como medicina contra la fiebre de destrucción mútua que padecen.
La España monárquica del Machado de 1912 y la España dictatorial del Serrat de 1969 no pueden, ni deberían volver. No las queremos los españoles de a pie. Por eso votamos en 1977 y lo seguimos haciendo pese a que cada vez cuesta más hacerlo sin taparse la nariz. Lo vamos a volver a hacer en toda España el 28 de mayo de 2023, en esa España de las grandes ciudades y los pequeños pueblos, para intentar que no haya Españas que se mueren o que bostecen. Para que los españolitos que vienen la mundo no necesiten que les guarde Dios del hielo que producen sus dos mitades cuando en lugar de buscar acuerdos, se insiste y se amplifican las diferencias.
La España política, la de los partidos y sus dirigentes, tiene una obligación principal que está por encima de cualquier otra: organizar la convivencia. Evitar la fragmentación social y los enfrentamientos. Y si para ello en lugar de dos alternativas se tienen que articular varias pues que bienvenidas sean. Puede que Ciudadanos desaparezca devoradas sus siglas y recolocados sus dirigentes, puede que Podemos recorra el mismo camino tropezón a tropezón; y puede que el sueño legal y tripartito de Montesquieu ya se haya convertido en la pesadillas de un Universo paralelo en el que todo esté reglamentado, controlado y encapsulado con la etiqueta del Mundo Feliz que describió Aldous Huexley apenas 20 años más tarde de que Machado, don Antonio, plasmara en esos ocho versos su versión española.
El afán de reducir posibilidades de elección produce los mismos malos efectos que el deseo intencionado y oportunista de ampliarlos hasta el infinito. Concentrar el voto como único camino hacia el poder podría terminar en la asfixia del sistema democrático. Diluirlo en multitud de ofertas impediría su funcionamiento. La Democracia, con mayúsculas, debe ser el espacio del equilibrio. Ese espacio es el que parecen negarse y negarnos a los ciudadanos los actuales líderes.
Sin el bipartidismo real que se quiso establecer en 1977, desaparecido en la práctica desde 2015, la forma más rápida y mejor de estar en el centro político, desde el que se ganan las elecciones, es contar con otros grupos a tu derecha y a tu izquierda. Esa conquista del centro es lo que llevó al PSOE y al PP a “devorar” sin contemplaciones ese espacio durante 40 años, los que van de la victoria por mayoría absoluta de Felipe González en 1982 a la también victoria parlamentaria de Pedro Sánchez por el proceso sumatorio de obtener esa mayoría a base de colocar baldosas sobre la Constitución, con un cemento incapaz de aguantar los trotes de los partidos.
En este país nuestro de sueños y pesadillas, el problema no está sólo en las élites políticas,lo está también en las élites judiciales y en las élites económicas. Se intenta volver al pasado como fórmula para garantizarse el futuro sin ponerse a reflexionar que se han convertido en la peor de las pesadillas, la de volver a empezar en cada amanecer al no recordar lo ocurrido el día anterior. Y lo ocurrido en estos últimos cuatro años, para no entrar demasiado en la historia es que los ciudadanos se sienten más a gusto y prefieren un “menú” político con más oferta en la que elegir. Querer ponerles a “dieta partidista” llevará a convertir cada elección, cada territorio, en una “gran comilona” de la que más pronto que tarde terminemos hartos.
Si el bipartidismo imperfecto permitió que España pasara de una dictadura a una democracia y que se realizaran las mil reformas que necesitaba el país sin grandes traumas, su fecha de caducidad estaba escrita y fue la de 2015, coincidiendo con el cambio en la Jefaura del Estado y con un cambio generacional en las direcciones de los partidos, en las entidades financieras, en los sindicatos y en el resto de las instituciones que articulan la convivencia dentro del marco legal.
Los 68 segundos que Serrat emplea al cantar los versos de Machado, para recordarnos aquellas dos Españas, podrían, de escucharse con atención, haber evitado cuatro años de peleas políticas. Las Españas de corazón helado que murieron por el camino, bien muertas están. Ahora, entre todos, tenemos que despertar a las que bostezan. Desde Nueva York a Barcelona pasando por toda Hispanoamérica y Madrid.
Sería una buena idea, una luminosa idea por parte de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, convencer a su paisano para que diera un último concierto, con una única canción, ante las Cortes reunidas en el Hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Enero de 2023 podría convertir el hielo de los insultos en esperanzas.

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