Fernando Jáuregui | Martes 21 de octubre de 2014
Sin duda, es la hora de los elogios dirigidos a Esperanza Aguirre: ha sabido dejarlo en buen momento y, en las despedidas, ya no caben demasiadas reconvenciones. He discrepado de muchas de las cosas que ha hecho y dicho 'la lideresa', y he estado de acuerdo en otras, provocadoras, que han removido cimientos políticos que parecían consolidados porque sí, sin mayores justificaciones. Qué duda cabe de que la herencia que deja tras sí es, no sé si por completo positiva, pero sí atractiva. Ocurre, sin embargo, que, en su manera de marcharse, pienso que Aguirre ha cometido al menos un error: ungir a su sucesor, en lugar de poner en marcha algún mecanismo más abierto para la sucesión.
Prefiero no entrar a valorar la personalidad política del sucesor designado por Aguirre, el hasta ahora vicepresidente Ignacio González; cada cual tiene sus simpatías y sus antipatías personales, y lo digo en ambas direcciones. De lo que estoy seguro es de que González no cuenta precisamente con las simpatías de la 'planta noble' del cuartel general del PP, en la madrileña calle Génova, y que el 'sí' dado por Rajoy a Aguirre para que la presidencia vaya a manos de su 'número dos' es meramente provisional. Por lo demás, ya digo: me abstendré de juzgar a la persona, de la que poco sé más allá de algunas cosas, no probadas, que he leído y escuchado.
Sí sé, en cambio, que una democracia no consiste apenas en acudir a votar cada cuatro años; hay que construirla día a día. Y los partidos políticos españoles dejan mucho que desear en su funcionamiento en lo que se refiere a permeabilidad interna y a otras muchas cosas: no en vano las notas que los sondeos ponen a todos ellos, en general, son de suspenso bajo. De la misma manera que el PSOE quedó en evidencia cuando Rubalcaba impidió que se celebrasen unas primarias frente a Carme Chacón, mientras en Francia cuatro millones dirimían quién habría de ser el candidato socialista, creo que se ha perdido una buena oportunidad para que las bases y votantes 'populares' tengan voz, y hasta voto, para señalar quién ha de presidir algo tan importante como la Comunidad de Madrid. Habrá, espero, un congreso extraordinario del PP madrileño para elegir un nuevo presidente/a y creo que podemos vaticinar que habrá movimientos orquestales en la oscuridad, dentro del ya típico 'maniobreo' en las cloacas políticas.
Por lo demás, en la hora de la petición (o no...) de rescate, del acercamiento (o no...) a los procesos de decisión en Europa, de la débil mejora (o no...) de las cifras macroeconómicas, en la hora del desastre esperable (o no...) en el País Vasco y quién sabe si también en Cataluña, en los momentos en los que deberíamos estar pensando en la Gran reforma del arquitrabe político, qué quiere usted que le diga: la dimisión, digna, de Aguirre y las escaramuzas sucesorias son, francamente, lo de menos.
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