Se nos echan encima las urnas de mayo y llegan con tanta violencia que amenazan con dejar muertos y heridas por todo el espacio público, como si la España política se quisiera parecer , tristemente, a la Ucrania en guerra y el frente de combate se extendiera por cada uno de los ocho mil ciento doce municipios que conforman el tejido básico de este país. No hay día que no se ataque con ferocidad al contrario, que se llame golpista al presidente del Gobierno o asesina a la presidenta de la Comunidad madrileña o capitalista sin escrúpulo al presidente de Mercadona.
Mientras que por parte de la derecha moderada se duda, en su interior, de la capacidad de mando de Núñez Feijóo, por parte de la izquierda socialista se temen las consecuencias de la forma de gobernar y decidir de Pedro Sánchez. A los lados de cada una de ellas ocurre algo parecido, tan sólo parecido: en Vox se han eliminado las pequeñas voces discrepantes y el objetivo es mantener las posiciones conseguidas, como en Castilla y León, evitando el despeñamiento de Andalucía. Santiago Abascal y los suyos están obligados a mantener el discurso más duro contra la izquierda y los nacionalistas sabiendo que su “pesadilla” y peor adversario es el partido Popular.
En el extremo opuesto existe el caos habitual, el mismo que siempre ha acompañado desde hace un siglo a todos los partidos y formaciones que se llamaron comunistas y que le pusieron un segundo apellido al partido que dirigió José Díaz al tiempo que se alejaban de él por considerarlo traidor a la clase obrera y al servicio de la derecha.
Apenas nada ha cambiado en la izquierda, y en este epicentro del invierno de 2023 seguimos sin saber ni qué quiere, ni cuántos militantes lo conforman, ni qué ofertas planteará en algún momento a los españoles. El “Sumar” de Yolanda Díaz es una incógnita dentro de un laberinto.
En los cuatro meses que quedan para ir a las urnas todo ese universo político irá a peor. Se elegirán los cabezas de listas pero las luchas por los puestos será terrible. Nadie querrá quedarse fuera de los puestos seguros, ni siquiera en el Partido Popular, mucho menos en el resto. Con especial incidencia en la izquierda que todavía representan Unidas Podemos y Más País, con trasvase de dirigentes en busca de una mayor seguridad para seguir al amparo del erario público. Se acabaron las ideas de cambio, bienvenidos los sillones.
Basta con examinar las candidaturas de " Unidad Popular", por englobar a lo que aparece desgajado y roto y hasta sin nombre concreto con el que acudir a las urnas, que se están empezando a gestar dentro de las formaciones que deberán apoyar al PSOE, les guste más o menos, para ver que tienen el viejo sabor del "Frente Popular" que se artículó en febrero de 1936 alrededor de Indalecio Prieto y Manuel Azaña para ganarle las elecciones al bloque de las derechas que encabezaba José María Gil Robles desde la Confederación Española de Derechas Autónomas.
Han pasado casi noventa años y, si malo es olvidarse del pasado y volver a caer en los mismos errores, tan malo o más es querer repetirlo con la excusa de que las condiciones política, económicas y sociales han cambiado.
Algunos desearían que la España de 2023 no se pareciera a la de 1936, pero a lo peor se parece más de lo que nos gustaría, con todas sus consecuencias y sin pecar de catastrófico o mensajero de viejos miedos, que lleven a los españoles a evocar a sus viejos y violentos demonios.
Desde luego si escuchamos a nuestros políticos, la dureza de la II República parece estar a la vuelta de la esquina, y hemos visto en las pancartas, oído y leído referencias con todo tipo de mensajes que parecían salidos de la boca de algunos oradores de aquellos años más que de los parlamentarios que juraron y se mueven dentro de la Constitución de 1978.
Es fácil realizar un pronóstico. Las elecciones se celebrarán el último domingo de mayo por lo que antes de que termine junio el temible proceso de remodelaciones en los doce gobiernos autonómicos y en los ocho mil municipios e incluso en los partidos habrá terminado.
Sabremos todos hasta dónde llega la aprobación o descontento de los ciudadanos hacia sus representantes y quienes han recuperado o perdido la confianza de la parte de la sociedad que necesitaban para mantenerse en los respectivos poderes.
El gran tema a partir de la noche electoral serán los pactos. Esas semanas en las que se tendrán que cerrar los acuerdos de gobierno desde Andalucía a Cataluña, desde Galicia a Valencia y desde Aragón a Madrid a nivel municipal.
Veremos si la izquierda es capaz de votar en conjunto dejando a un lado las ambiciones de las siglas y sin pensar en cómo destrozar a medio plazo al " amigo" para quedarse con todos sus votos; y veremos si la derecha es capaz de " parar" la deriva de cambio radical en lo político y en lo económico en la que están empeñados los nuevos discípulos de aquel marxismo que dictó don Carlos, al analizar el camino hacia el abismo social del capitalismo financiero internacional.
Nada que ver con lo que ocurrió en un país medieval como era la Rusia del zar Nicolas de la mano de los bolcheviques de Lenin, Stalin y Trotsky. Incluso con las dudas que despierta el deseo de Vladimir Putin de devolver a Rusia el esplendor y el poder que tuvo bajo la Monarquía de Catalina la Grande, una de esas contradicciones que proporciona la Historia.
Ninguno de los actuales dirigentes de Podemos, Izquierda Unida o Más País, se llamen Pablo Iglesias, Iñigo Errejón, Alberto Garzón o Yolanda Díaz se parecen en nada a los líderes de la revolución rusa de 1917 ( como tampoco se parece en nada Putin y su equipo de confianza ); ni los militantes de esos grupos tienen ningún parecido con los bolcheviques que tomaron el Palacio de Invierno; ni por supuesto la España monárquica de 2023 se asemeja a la Rusia de comienzos del siglo XX, pero escuchando a algunos políticos de uno y otro lado si se siente la tentación de compararlas.
Tampoco se parece nuestra España de hoy a la España que obligó a Alfonso XIII a exiliarse de forma voluntaria embarcando en Cartagena para ensayar por segunda vez en nuestra historia la forma de República.
Son los nombres los que llaman a mirar la historia. Lo hacen desde la derecha más ilustrada y leída cuando habla de bolcheviques y de soviets para referirse a los futuros gobiernos, y lo hace la izquierda cuando mira al futuro mayo y habla de candidaturas de " unidad popular" como única forma de resistir el indudable avance del centro derecha.
Conmemorar los centenarios es una buena ocasión para reflexionar y analizar lo ocurrido desde entonces, en este caso de una de las dos grandes revoluciones que cambiaron Europa y el mundo, y por la que viajó España en sentido contrario.
No nos dejaron a los españoles aprender mucho de Francia en el siglo XIX y cuando quisimos copiar de la Rusia del XX terminamos con un golpe militar, una guerra civil atizada desde fuera de nuestras fronteras, y una dictadura de casi cuarenta años que se cerró con un gran pacto político y social que ha cumplido con éxito una primera etapa pero que, es evidente, necesita de un segundo impulso en el que se comprometan y protagonicen las generaciones que nacieron tras la muerte del general Franco.
Estaría muy bien que recordásemos que en 1975 se reinstauró la monarquía tras más de sesenta años de abandono y un salto de una generación. Tenemos una monarquía hereditaria muy joven pero suficientemente preparada como para afrontar los mismos desafíos que han resuelto el resto de Monarquías europeas.
Entre 1977 y 1979 el exilio político y los políticos del interior firmaron un pacto de transición que ha durado hasta hoy. Se ha cumplido una etapa y si no queremos que sus evidentes carencias y la perversión de sus bases fundacionales se rompan con violencia, más nos vale que obliguemos a nuestros representantes públicos a mirar el futuro y no abrir las losas del pasado.
La derecha ya se unió en una nueva CEDA de la mano de Manuel Fraga y José María Aznar y así ha llegado a Alberto Núñez Feijóo. La izquierda - siempre más heterogénea y heterodoxa - está fragmentada sin que el PSOE, ni el de Felipe González, ni el de Pedro Sánchez, haya cumplido esa " misión histórica" que le correspondía.
Sería muy malo que este nuevo y claro intento de refundación que está planteando una parte de la representación política de la mitad del electorado español fracasase. Los miedos y las amenazas no son los mejores ingredientes para un nuevo “ Pacto en la Corona" , hoy por hoy la mejor alternativa en la cúpula del Estado ya se sea monárquico o republicano.