Hoy escribo sobre la triste felicidad porque hay demasiada gente que necesita un enemigo para subsistir y de esa forma solo consiguen estropear su minuto de gloria para convertirlo en un esperpento o en el grito Munch, que acaba sonando como el gallo desafinado de un mal cantante
Si Berlanga levantara la cabeza tendría sobrada materia de inspiración para hacer una de sus tristes y magnificas películas de antaño con solo salir a la calle y acercarse a gente ociosa que dice que estudia, gente desaliñada que odia la higiene , gente gritona que dice que dialoga , gente que está al borde de un ataque de nervios que dice que les provocan los que no piensan igual, en definitiva gente amargada que se cree rebeldes con causa aunque no tiene ninguna.
Estoy convencido que esta juventud es mejor que la que yo viví. Está mejor formada, habla más idiomas y encima son más altos y guapos de lo que éramos nosotros, pero lo único que me chirría – tal vez por deformación profesional – es el número de estudiantes de periodismo que han confundido el ejercicio de esta profesión con la agitación y propaganda de los mejores años de regímenes totalitarios, y así no pueden ser felices.
La triste felicidad nos pone los pies en la tierra, pero también nos obliga a soñar que volamos de vez en cuando porque es verdad, y la solución está en no dejarse contaminar por los malafollá y amargados que hacen horas extraordinarias para expandir su destructivo estado de ánimo porque no saben que el mal de muchos es el consuelo de los tontos.
Me estaba resistiendo a hablar de los políticos mientras que escribo sobre la triste felicidad, porque me esfuerzo en no relacionarme con gente que no es de fiar y es preferible hacerle caso antes de un amigo inteligente que a un político falsario porque la felicidad es una promesa que manejan con habilidad los vendedores de humo.
Un hombre sabio me dijo que la gente que aspira a ser moderadamente feliz puede administrar los desengaños si es capaz de mantener la esperanza.
Después de leer estas líneas me parece que me ha salido el Sermón de la Montaña sin darme cuenta.