Salir de la cárcel y comenzar una nueva relación con Ainhoa Armentia, fue la inequívoca señal de que el matrimonio con la hermana de Felipe VI llevaba el mismo camino que el ya transitado por su hermana mayor. Apenas nada sabemos del modo de vida de Jaime de Marichalar, de dónde llegan sus ingresos y hasta dónde llegan sus gastos. Relaciones con el mundo de la moda centrados en la familia Arnault, una de las más ricas del mundo,.y dedicado a asesorar a su hija en su carrera de “influencer” y lograr, con ayuda de su ex suegro que el más díscolo de la familia se marche al dorado exilio coyuntural de los Emiratos árabes.
El navarro Iñaqui ha escogido otro camino muy diferente. No sabemos ni dónde va a trabajar en el inmediato futuro y de dónde sacará los ingresos para mantener el nivel de vida al que se había acostumbrado durante sus años de miembro de la Familia Real y amigo de Corinna Larsen cuando ejercía de Princesa. El matrimonio de los ex duques de Palma lleva meses discutiendo las condiciones de la ruptura. La “fortuna” a repartir está en el lado de Cristina, mientras que los “ingresos de subsistencia” están en el lado del futuro marido de Armentia.
Asistimos, por segunda vez dentro de la Casa Real, al espectáculo en directo de lo que significa “comprar los silencios” de una de las partes. Las que más tiene que perder, por supuesto. ¿Hasta dónde legará la puja por mantener la boca cerrada sobre lo visto y los oído?. Pueden que nunca se sepa con exactitud, al margen de lo que diga oficialmente el acta de divorcio. Tampoco sabremos el origen de los pagos, que para eso está el ojo avizor la Agencia Tributaria Española, tal y como ha demostrado con el propio Rey Juan Carlos y los favores de sus amigos, convertidos en ingresos por los que declaran y tributar.
Ni el Rey Felipe, ni la Reina Letizia, ni sus dos hijas deberían enfrentarse a una herencia con ese lastre, pero no tendrán más remedio. La defensa de la Institución, de la Monarquía no puede estar sujeta al camino de unas que se está sembrando en estos últimos años, prácticamente desde la “caída Real” en la cacería de Botswana. Diez años en los que a Felipe VI le está costando y mucho desprenderse de los afectos y amores familiares como única forma de asegurar el trono a la actual Princesa de Asturias.