Su dimisión un doce de enero de enero de 1991, en el transcurso del Congreso de los socialistas extremeños, bien amparado por su entonces defensor en el seno del partido y furibundo “guerrista”, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, fue el mayor de los intentos conocidos tras del Congreso de Suresnes de romper en dos el Partido Socialista Obrero Español. De las manos entrelazadas en la ventana del hotel Palace para celebrar la victoria absoluta del socialismo en las elecciones de 1982 se había pasado, en apenas nueve años, al enfrentamiento entre las dos “almas” que anidaban en el interior del partido que hoy, marzo de 2023, gobierna en España.
Vivimos una especie de “Retorno de los Brujos” que podrían escribir de nuevo y con 60 años de distancia Jacques Bergier y Louis Pauwls. Entonces se trataba de esoterismo medieval, hoy del esoterismo de la Inteligencia Artificial y los algoritmos cuánticos. Magia para el común de los mortales. Los más pudorosos de aquel entonces, cuando España se estaba convirtiendo en una fiesta tras los cuarenta años de franquismo, han decidido quedarse a la sombra que proporciona la edad; otros, como es el caso de Alfonso Guerra y del propio Felipe González, vuelven a mezclar la alquimia del poder con sus deseos incontrolables de conquistar al mismo público que conquistaron en el inicio de sus carreras políticas.
La mismas razones que exhibe el antiguo número dos del socialismo para atacar a los socios de gobierno de su camarada Pedro Sánchez son las que llevaron al presidente González a pedirle que se marchara antes de sustituirle por Narcís Serra. Se pueden y hasta se deben criticar con dureza una gran parte de las medidas legislativas que ha logrado aprobar el actual Ejecutivo; se puede y se debe dudar de la idoneidad y capacidad de la gran mayoría de los ministros y ministras que componen el Consejo, pero querer engañar a los españoles poniéndose al frente de las críticas desde el interior del PSOE, defendiendo el “socialismo liberal”, que era el que representaban en los años ochenta y noventa del siglo pasado los Miguel Boyer, los Carlos Solchaga, y hasta los Mariano Rubio y los Narcís Serra de entonces, suena tan a broma como decir que Núñez Feijóo es el mejor de los ejemplos de estado de Manuel Fraga o que Pere Aragonés es un clon de Jordi Pujol. Seriedad, poca: Oportunismo, mucho. Memoria histórica, ninguna.