La fecha límite es el 28 de mayo, hasta entonces el Gobierno de Pedro Sánchez no va a parar de lanzar ofertas de todo tipo y hacia todo tipo de personas, desde los más de cien mil pisos para satisfacer una demanda creciente pero que no consigue el ahorro o la hipoteca suficiente, hasta las vacaciones y financiación para sus proyectos a los más jóvenes. Ahí está el “nicho electoral” que puede salvar a la izquierda. Los mayores de sesenta tienen cronificado su voto, y entre los 40 y los 60, lo que antes era amplia clase media ahora se ha quedado en tierra de nadie, con dudas entre lo que hay desde la izquierda y lo que puede venir desde la derecha.
Son veinte días de oro para todos los partidos. La movilización es esencial para la izquierda en general, más proclive en estos tiempos a quedarse en casa ante las luchas internas que observa cada día con acertar a comprender qué es lo que separa a Yolanda Díaz y Sumar de Pablo Iglesias y Podemos. El papel de Izquierda Unida con Alberto Garzón o Enrique Santiago es el mismo, comparsa de los dos anteriores, perdida desde hace muchos años la hegemonía que tuvo el PCE a la izquierda del socialismo que reinventó Felipe González.
Se trata de enviar sin descanso, ni tregua una batería de ofertas electorales comparables tan sólo a las que realizar las marcas comerciales antes del verano. En las últimas se bajan los precios y se ofrecen paquetes de fidelización; en las primeras se enumeran los beneficios que pueden obtener los ciudadanos en razón del partido al que voten. Ellos, los partidos y sus dirigentes, saben que las ofertas no se cumplirán al cien por cien, que aparecerá la letra pequeña, las circunstancias que las hacen imposibles, el tiempo para llevarlas a cabo, la dispersión de voluntad es en las autonomías y los Ayuntamientos, la necesidad de los pactos para formar gobiernos. Así hasta el infinito.
Tras más de 40 años de votaciones la sociedad española en su conjunto también sabe que con las ofertas políticas ocurre igual que con las rebajas, no todo lo que se ofrece tiene la misma calidad y existen productos especialmente diseñados para esos días. Se trata de llegar los escaparates con toda la mercancía posible y segmentada por sectores de población, ya sea en razón de edad o de lugar; de municipio o de Comunidad autónoma. Desde el Gobierno central, presidente y ministros deben ofrecer los máximos a nivel nacional, para que, más tarde, los candidatos a las alcaldías y presidencias de las Comunidades vayan aquilatando las que más les conviene. Algunos, incluso, escondiendo las imágenes que pueden dañar sus propios intereses.
Desde la oposición hacen lo mismo pero dándole la vuelta a la prensa electoral. Se apuntan las ideas que tuvieron primero, niegan la posible realización de las que presume el poder y se mueve, al igual que éste, entre la necesidad de sumar más votos bajo sus siglas, pero sin que la lucha por ellos pueda herir de muerte los acuerdos que será necesario realizar para conseguir renovar el poder o para arrebatárselo al que lo consiguió hace cuatro años.
Las ofertas son tan similares a la izquierda y la derecha como los actuales coches, los pantalones, las camisas o los zapatos. Son clones que evolucionan a un ritmo frenético. Se vende la marca, en este caso, las siglas, que resulte más atractivo a los ojos del consumidor. Con copias más baratas o falsificadas, por supuesto. El marketing comercial y el político se parecen como dos gotas de agua. Socialmente puede que de más prestigio votar al PNV que a Bildu, o que se pueda presumir más al llevar una camiseta con la exigir de Yolanda Díaz en lugar del rostro de Ione Belarra o Irene Montero. Que haya que desterrar la corbata y enfundarse el vaquero para subir a una tribuna o estrechar manos de jóvenes, mayores y niños.
Veinte días para ir a las urnas con nuestro voto o para quedarnos en casa si pensemos que no nos gusta ninguna de las ofertas. Veinte días para decidir si nos quedamos quietos o jugamos a la lotería electoral, que es en definitiva de lo que se trata. Queremos que nos toque el gordo y por eso Compromís los décimos, luego nos consolamos pero seguimos jugando cuando nos llaman a cumplir con nuestra obligación de ciudadanos para defender la democracia.