Pedro Sánchez ofrece un combate a seis asaltos sabaiendo que todo aquel que haya votado al Partido Popular o a Ciudadanos en los últimos comicios electorales no va a cambiar el sentido de su papeleta el 23 de julio ocurra lo que ocurra ante las cámaras de televisión.
El presidente y los que le asesoran son conscientes de que no se trata de elegir quién da mejor ante las ojos de los españoles, quién domina mejor el arte de la oratoria, quién ofrece mejores datos de gestión o mejor futuro para los ciudadanos. Lo que buscan desde la sede "intelectual" de La Moncloa es fijar en las mente de los votantes dos únicas imágenes, dos colores, los azules y los rojos, como si volviéramos a los años treinta del siglo pasado.
Cuenta el Secretario General del PSOE con varias ventajas a su favor, que van disminuyendo día a día: todo lo que está a su izquierda está más roto que su propio partido, que ha quedado muy resuebrajado tras las duras derrotas en Autonomías y Ayuntamientos de toda España. Yolanda Díaz y la alargada sombra que tiene detrás, el PCE de Enrique Santiago, se resiste a lo inevitable, volver a los resultados que ya obtuvo Julio Anguita, los veinte escaños, en el mejor de los casos, o a los dos que consiguió con Alberto Garzón antes de que se uniera a la entonces juvenil Podemos.
Terminar por destruir a la bicéfala cabeza que dirige la formación morada, logrando que Irene Montero se resigne a ir dentro de una lista en un modesto puesto, al igual que Ione Belarra, no le asegura el mantenimiento de los 35 escaños de los que ha gozado Unidas Podemos; y si esos escaños no podrá negociar ningún tipo de acuerdo con el PSOE de Pedro Sánchez, entre otras razones por la matemática de los escaños que llevan a la mayoría absoluta. Tampoco están en mejores condiciones ni el Más País de Iñigo Errejón (salvo en Madrid y muy lejos del PP de Ayuso ) ni los desacreditados responsables de Compromís, tan culpables como Ximo Puig de las derrotas en la Comunidad Valencina.
A favor de Feijóo está la total desaparición de Ciudadanos y las ataduras que tienen tanto Santiago Abascal, a nivel Pedro al, como Vox a nivel de partido político. Durante los próximos 50 días van a sentirse acusados de todas las formas posibles. El presidente del PP quiere manos libres para gobernar y sabiendo que la mayoría de 176 escaños no esstá a su alcance busca rebajar lo más posible las futuras exigencias de su inevitable aliado, al igual que va a ocurri a lo largo de este mes de junio en algunas de las Comunidades Autónomas en las que los populares necesitan a Vox pero que pueden optar por esperar a unas segundos votaciones en las que, con las mayorías simples, sean suficientes.
No sería la primera vez, ni la última, en la que la izquierda española elijiera el suicidio político antes de ver el triunfo de su compañero ideológico. Lo estamos viendo y oyendo en los rostros y voces de antiguos socialistas como Nicolás Redondo y Rosa Díez; y la misma obsesión se desprende tanto de las afirmaciones de Pablo Iglesias como de las renuncias de Alberto Garzón. Una razón añadida para lo que vayan a votar el 23 de julio: la historia de los últimos 40 años demuestra que la mejor forma de contener las reivindicaciones exageradas e inoportunas de los nacionalismos de izquierda y derecha es el bipardismo en el resto de España.
La fragmentación es la que hace fuertes a los débiles, por lo esos hasta que se modified e el sistema electoral y se elimine la injusta Ley D´Hont, de efectos tan perversos para el justo reparto de escaños en el Congreso y en el Senado.