Los equipos de los candidatos mandan y aconsejan pero la última decisión la tiene el que desea sentarse, en solitario, en el trono del poder político. Sánchez y Feijóo son los dos únicos que pueden hacerlo, pero tendrán que aceptar, muy a su pesar, que necesitan a uno o varios escuderos para mantener el cetro del que ahora disponen o el que ansían. Si al socialista le esperan una larga lista de formaciones, con ese Sumar multicolor de Yolanda Díaz y los nacionalistas de Urkullu y Aragonés por medio; al popular le aguarda una dura negociación con Santiago Abascal, su casi único compañero de baile para salir investido del Congreso. Siempre que los números les cuadren a cualquiera de los dos.
Recordar es un buen ejercicio para mirar el futuro, incluídas las equivocaciones. Es ahí, en esa memoria colectiva y con los colores azules del Partido Popular, en la que conviene detenerse cuando apenas falta poco más de un mes para acudir a las urnas y Feijóo y los suyos sienten que están a punto de conquistar, otra vez, el poder en España.
Mediados de los noventa del siglo pasado, el “patrón” - que era como se conocía a Manuel Fraga dentro de la derecha españla -le había entregado el poder del partido seis años antes y ese 19 de junio de 1996 llevaba ya un mes como presidente del gobierno. José María Aznar López era el más listo de aquel equipo que Fraga había construido a su alrededor desde que el resto de la derecha fue barrido en las primeras elecciones democráticas, tanto en 1977 como en 1979 y 1982.
Sin Presupuestos y acosado por la derecha de José María Aznar y la izquierda de Julio Anguita, el entonces presidente del Gobierno socialista no tuvo más remedio que convocar elecciones generales 16 meses antes de lo previsto. Pedro Sánchez lo ha hecho con apenas siete meses de diferencia. El González victorioso no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia y el 3 de marzo de ese año casi consiguió lo que parecía imposible, la remontada. Faltaron tal vez unos días más de campaña, un último esfuerzo, menos de trescientos mil votos, un punto y medio de porcentaje. Perdió y el PSOE dijo adiós a 14 años de poder.
Quince escaños convirtieron al PP en el primer partido de España. A Aznar le faltaban 20 asientos en el Hemiciclo para conseguir la investidura y tuvo que recurrir a los de siempre, a los nacionalistas catalanes y vascos para conseguirlo. En la memoria de todos queda ese “hablo catalán en la intimidad” que el nuevo presidente tuvo que pronunciar para, junto a los acuerdos económicos y estructurales con la CiU de Jordi Pujol y el PNV de Javier Atutxa, conseguir los votos necesarios.
Se necesitaron dos meses de negociaciones e incluso la posibilidad de cambiar de candidato por parte del PP para que los los imprescindibles seis escaños del PNV se sumaran al gran bloque de la derecha. Los dos de Coalición Canaria no eran necesarios pero reforzaron la operación. Iñaki Anasagasti y Jaime Mayor Oreja desataron los nudos vascos, y el propio Aznar y Pujol las ataduras catalanas. El 5 de abril de 1996, el presidente del Congreso, Federico Trillo proclamaba a José María Aznar nuevo presidente del Gobierno.
Hoy las matemáticas han cambiado. La antigua CiU ha desaparecido y su “sustituto” está dividida y no tiene los 16 escaños de los que disfrutaba a mediados de los 90. Es la ERC de Oriol Junqueras y Pere Aragonés quien puede jugar ese papel de primer árbitro. Los nacionalistas vascos se mantienen entre esos cinco y seis escaños de siempre y Coalición Canaria tiene que conformarse con uno, también como casi siempre. Claro que para cubrir ese hueco está Foro Asturias, el PRC, Navarra + y las sabiamente manejadas dudas del PNV.
La base principal de cualquier asalto al poder, las propias fuerzas del Partido Popular tampoco son aquellos 156 parlamentarios. Hoy Feijóo se conformará con muchos menos y sus posibles y necesarios pactos ya no serían con los nacionalistas como actores privilegiados. Ahí están Vox y Abascal para recordárselo. Puede preguntar a Carlos Mazón, que es el último ejemplo de pragmatismo.
Fragmentado el Congreso tanto por la derecha como por la izquierda lo único que tenían en común aquellas situaciones fueron la presidencia del Congreso, con Ana Pastor en lugar de Federico Trillo, una que había sido ministra sucediendo a uno que lo fue más tarde; y la falta de Presupuestos Generales con un presidente socialista en La Moncloa.
A Felipe González le quedaba Legislatura y setenta semanas en el poder pero decidió ir a la pelea en las urnas. A Pedro Sánchez le queda el mismo tiempo y ya ha imitado a su compañero de partido. González estaba cansado de mandar y ya había hecho gestos de querer irse. Sánchez está convencido de que apenas ha saboreado las mieles del Boletín Oficial del Estado.
De aquel “equipo ” que había construido Manuel Fraga el único que conserva poder (recuperado tras su ostracismo) es José María Aznar. El resto ha sufrido desigual fortuna: Mariano Rajoy alcanzó el poder con mucho esfuerzo, tuvo mayoría absoluta, venció en tres elecciones tras perder dos y salió de La Moncloa por unos acuerdos entre partidos que no se habían dado nunca. Si en 1996 las derechas de todo tipo se unieron para echar al PSOE, en junio de 2018 las derechas nacionalistas e izquierdas nacionales se unieron para echar al PP. La suma de escaños para ambas operaciones sólo se diferenció en uno.
Más nombres que sirven de testigo para atisbar, con sus propias biografias, el futuro del mes de julio. Juan José Lucas consiguió ser presidente de Castilla y León y presidente del Senado. Hoy vive un retiro tranquilo y lo más lejos posible de los conflictos y guerras de su partido. Alberto Ruíz Gallardón aspiró a todo y ha sido mucho antes de abandonar política: alcalde de Madrid y Presidente de la Autonomía. Isabel Tocino pudo ser todo y se conformó, al final, con pasar a la representación en entidades privadas, más confortable económicamente y menos caínita.
José María Alvarez del Manzano ha sido uno de los más longevos alcaldes de la capital del Reino, sin querer molestar a nadie y dispuesto a pactar con sus compañeros siempre y con buen talante. Luís Ramallo, que era el látigo de los socialistas desde su escaño en el Congreso, tuvo que aceptar que su tiempo político había pasado y convertirse en aquel 1996 en vicepresidente de la CNMV, para llegar más tarde a su condición de notario.
Angel Acebes ha sido casi todo desde su cargo de alcalde de Avila justo antes del triunfo de Aznar. Con él, como uno de sus fieles, fue ministro del Interior, de Justicia y de Administraciones públicas para recalar hoy en FAES y en la abogacía como un hombre discreto y fiel a los amigos. Al igual que Jaime Mayor Oreja, también ministro de Interior y clave en la llegada al poder. Pudo ser el sucesor pero su excesiva implicación en la lucha contra ETA - a la que desde el PP de hoy insisten en mantener viva - y frente al PNV lo impidieron. Fuera de las esferas de la lucha antiterrorista se implicó an las causas sociales que luchaban contra el matrimonio gay, las interrupciones voluntarias del embarazo y las penas de cárcel contra los terroristas. Por supuesto muy pegado a la defensa de la Iglesia española.
Los dos últimos son dos casos contrapuestos pero que explican tanto el ayer como el hoy del PP: Francisco Alvarez Cascos era el capataz que gobernaba el PP con mano de hierro y así estuvo de secretario general durante 10 años. El premio fueron cuatro años de vicepresidente y cuatro de ministro de Fomento. Con la llegada de Rajoy al poder se mudó de camisa, fundo el Foro Asturias, ganó las elecciones en su tierra, se convirtió en presidente y apenas disfrutó veinte meses de la victoria. Elias Bendodo e incluso Cuca Gamarra seguro que encuentran más ejemplos entre sus propias filas.
Rodrigo Rato tenía todos los astros a su favor. Parecía que era el sucesor lógico de Aznar, el mago que había sacado a este país de la crisis pero... el nombre que salió del dedo índice del doble presidente fue el de Mariano Rajoy. El ex ministro encontró uno de los mejores puestos de ejecutivo financiero que existen en el mundo, el de director del Fondo Monetario pero...los dioses son caprichosos y dimitió por sorpresa y sin esperar a un posible segundo mandato. Regresó a España con un nuevo viento a favor: sustituir a Miguel Blesa al frente de la antigua Caja Madrid convertida en Bankia y con varios puestos en consejos del Ibex 35 pero... los idus de los antiguos romanos se hicieron carne y hueso y tras denuncias y juicios, don Rodrigo terminó en la cárcel abandonado por sus antiguos compañeros de gobierno y por algún otro cargo que dio con su martillo en los clavos de su ataúd público. Ha escrito un libro autobiográfico con retratos de los muy malos, los malos y los regulares que le llevaron al famoso “cogotón” por parte de la policía de Aduanas.
El último de la foto de ese año 1996 triunfó, de forma inesperada y con mucha paciencia galaica. Mariano Rajoy consiguió el nombramiento de presidente del PP, perdió en las elecciones del año 2000 frente a José Luís Rodriguez Zapatero tras el atentado terrorista más salvaje que ha padecido nuestro país. Volvió a perder cuatro años más tarde y cuando parecía que se le acababa el tiempo, triunfó y con mayoría absoluta en 2011. Tenía más poder que ningún otro dirigente de su partido, con más gobernantes al frente de Comunidades autónomas y Ayuntamientos. Incluso la crisis económica parecía controlada pero... su monte Calvario se llamaba y se llamó Gurtel para los magistrados de la Audiencia Macional. La sentencia que decretó su desalojo de La Moncloa decía probada la financiación irregular del PP y a él, personalmente, le decía que no le había creído en su declaración ante el tribunal.
Llegó el 1 de junio de 2018 y las dos victorias frente al resto de los partidos no le sirvieron de nada. España había cambiado y las normas de juego político, también. Cinco años más tarde la velocidad de transformación de la vida política y económica en España se ha triplicado. Moción de censura aprobada, Gobierno inédito de coalición entre socialistas y comunistas, un super Presidente dispuesto a cambiar todas las veces que haga falta, como el mejor de los intérpretes de todos los que han habitado el palacio de La Moncloa, y unas nuevas elecciones que tienen el peligro de no ser las últimas en este mismo año.