Es más que posible, casi una certeza, que la guerra en Ucrania se va a mantener hasta pasadas las elecciones generales de marzo de 2024 en Ucrania y Rusia, en las que con seguridad volverán a vencer Zelenski y Putin, y las que tendrán lugar en Estados Unidos en noviembre, con la incertidumbre que quién será el candidatos del Partido Republicano, con Donald Trump de claro favorito pese a sus imputaciones judiciales, y si los demócratas mantendrán al actual presidente, Joe Biden, o lo cambiarán por otro más jóven Esas tres fechas marcarán el futuro de Europa y del mundo. Veinte meses más para que el ofrecimiento que hizo Winston Churchill a los ingleses al inicio de la II Guerra Mundial, “ sangre, sudor y lágrimas” se cumpla en el que fue el gran granero de Europa.
La historia, como señalaba el catedrático Ramón Tamames, en su moción de censura pasada en el Congreso de los Diputados, es una fuente inagtable de enseñanzas. Conviene que Sánchez, Feijóo, Abascal y Díaz lo tengan presenten para el después del 23 de julio. Y que levanten la vista para mirar al mundo en el que se mueven y en el que España tiene que luchar por su presencia en las grandes tomas de decisiones, mostrándose firme en la defensa de sus empresas, tal y como lo ha hecho la ministra de Defensa en la última reunión de responsables de la OTAN, Margarita Robles, con el noruego Stoltenberg a la cabeza, son dirigentes de las empresas de armamento.
No hace falta viajar mucho en el tiempo, pero sí es muy conveniente para entender en profundidad lo que ocurre en los escenarios en los que la guerra, la muerte y la destrucción afectan a millones de personas cada día. Veinte años después de la invasión de Irak - que parece muy lejana en el tiempo y en la distancia geográfica -por parte de las tropas de la coalición comandada por Estados Unidos y de las imágenes en color verde de los bombardeos sobre las ciudades, volvemos a ver las mismas imágenes - mejoradas e igualmente controladas - sobre las ciudades ucranianas, con explicaciones periodísticas que resultan tan llamativas como carentes del mínimo rigor exigible.
Veinte años después de haber lanzado una ofensiva contra Sadam Hussein y su régimen con la excusa de que tenía en su poder armas de destrucción masiva que amenazaban a Occidente, las armas nunca han aparecido, Sadam Hussein fue ahorcado, el país vive una permanente guerra civil y religiosa encubierta con muertos y muertos que se suman a una lista que sobrepasa el millón de personas pese a que ya no aparezcan en las primera páginas de los medios de comunicación. El dictador y sus cómplices en el poder murieron pero el problema de la libertad para los Irakies sigue sin resolverse. Nunca lo hará mientras el democrático y fuerte Occidente no lo quiera.
Terminada la guerra oficialmente en 2011 pese al nuevo conflicto que implicó otra vez a la OTAN en 2014, se inició otra aún más sangrienta y con los mismos resultados, la de Libia contra el régimen de Muamar El Gaddafi. Si la primera comenzó con una gran mentira, con la segunda ocurrió lo mismo. Sadam y Muhammad eran dos peligros para Occidente y para su propio pueblo. Dos guerras civiles en la que todavía, en 2023 y en un escenario distintos pero igualmente trágico para sus habitantes, sirven de macabro precedente para Ucrania, dónde nos quieren hacer creer que tenemos la obligación de intervenir para salvaguardar vidas humanas de allí y nuestra propia seguridad de aquí. Es muy posible que el peligro que para algunos representaba una poderosa Alemania, dispuesta a Invertir 100.000 millones de euros en sus Fuerzas Armadas, explique una parte de los acuerdos firmados entre Noruega y Polonia para poner en marcha su propio gasoducto. Polonia como una cuña entre dos países, Alemania y Rusia, que intentaban establecer un marco de relaciones económicas de futuro que beneficiaban a ambas partes, en detrimento del resto.
La primera, la de 2003, ya demostró el que fuera presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, que había sido por el control del petróleo; la segunda tampoco fue por las acusaciones de terrorismo aéreo contra el régimen del coronel Gaddafi, se trataba de cortar sus intenciones de cambiar el pago en dólares por el pago en euros, una decisión que seguiría después Irán. Dos grandes mentiras como lo habían sido veinte años antes, en 1991, las que llevaron a la sangrienta guerra civil en los Balcanes, que terminó con la destrucción de la Yugoslavia que se había formado tras la II Guerra Mundial, de la mano del mariscal Josip Broz “Tito”, para dar nacimiento a siete nuevas naciones y dos provincias autónomas. Un germen para futuros conflcitos civiles como ya se vislumbran tras la guerra de Ucrania.
Ya que hablamos de grandes mentiras y grandes fracasos de la Comunidad internacional y de grandes beneficios para unos pocos, coloquemos también en el tablero a Afganistán, el país en el que había que intervenir para desalojar del poder a unos talibanes que protegían a Al Qaeda y a su líder, Osama Bin Laden, que acababa de atacar a Estados Unidos en su propio territorio derribando las torres gemelas de Nueva York y al propio Pentágono con aviones tripulados por suicidas. Era octubre de 2001 y 20 años más tarde - ¡ qué fatídico o premonitorio ese número ¡ - la guerra en ese país continúa con los mismos talibanes de vuelta al poder y a sus costumbres.
Llevamos quince meses de guerra civil y oficial en Ucrania tras la intervención rusa en las Reoúblicas del Donest y la ayuda al gobierno de Kiev que preside Volodomir Zelenski de varios cientos de miles de millones de euros, casi todos dedicados a la compra de armas. La enorme, la trascendental diferencia respecto a lo ocurrido en Irak, Libia e incluso en la antigua Yugoslavia es que ahora la implicada de forma directa en la guerra es una potencia, Rusia, con armas nucleares en su arsenal, que ya ha admitido en el seno de su Federación a las “provincias rebeldes” y que las considera parte de su propio territorio, apenas un tercio de la superficie que se considera internacionalmente como Ucrania, pero que le permite al gobierno de Vladimir Putin unir a Rusia con la península de Crimea por tierra y no únicamente por mar.
Implicada de forma indirecta la OTAN, con los 31 países que la integran, en el conflcito ya se comienza a admitis que el problema no se resolverá con la desaparición del poder de Putin, que lo que está en juego es el futuro de Rusia, la potencia nuclear y energética que, de perder frente al gobierno de Kiev y tener que retroceder a las fronteras que tenía en 2004, se estaría jugando su propia supervivencia como Nación.
De las muchas preguntas que caben hacerse, deben hacerse, y que los ciudadanos de Europa y de España deberíamos hacernos ante la contestación de que nuestros gobiernos nos mienten día tras día desde los medios de comunicación, y que cambian de actitud ante los mismos personajes en apenas unos meses, pasando de socios energéticos y financieros a villanos internacionales sin que se les caiga la cara de vergüenza ya se llamen Berlusconi, Sarkozy, Merkel, Zapatero o Macron, Scholz y Sánchez, hay una básica, primaria: ¿la crisis que padecemos es fruto de las guerras en Irak, Libia, Afganistán y Ucrania (por poner cuatro ejemplos en los que Estados Unidos y los principales países europeos integrados en la OTAN se ha gastado ya seis billones de dólares) o esas guerras eran y son la consecuencia de una crisis que estaba escrita por los desajustes comerciales y financieros a nivel mundial y los cambios de liderazgos que se anunciaban al iniciarse la década de los noventa en el siglo pasado?.