Su acelerada campaña de entrevistas en todas las televisiones del país intenta una doble y arriesgado pirueta: por un lado presentarse ante todos los ciudadanos como víctima de una conjura de la derecha más dura y conservadora, acompañada y apoyada por los representantes de las grandes corporaciones empresariales y financieras; y por otro como el único político con capacidad para defender lo que el considera grandes logros de la actual Legislatura, sobre todo en materia de derechos sociales y la mejor de las salidas posibles tras la pandemia, la guerra de Ucrania y el hundimiento global de la economía en toda Europa.
Pedro Sánchez regresa a sus inicios, él frente a todos los demás; él en solitario frente al viejo sistema de intereses. Antes, cuando regresó a la Secretaría General del PSOE, frente a la vieja guardia que representaban Felipe González y los barones territoriales que había defendido la opción de la andaluza Susana Díaz; y después, con la moción de censura como palanca, frente a los viejos demonios de la vieja España que impedían su modernización a través de un nuevo contrato constitucional que enterrara los acuerdos que hicieron posible la Constitución de 1978, la Transición desde el franquismo a la democracia y desde el caudillismo militar a la Monarquía tradicional.
Al candidato Feijóo le ocurre algo parecido. Conoce muy ien, por obligación y aspiraciones, la historia de la derecha española de los últimos 45 años. Sabe que su paisano Manuel Fraga, primero se enfadó por no ser el elegido por Juan Carlos I para liderar la Transición, y luego aceptó su papel de líder de la oposición. El gran mérito del que fuera ministro y embajador en Londres: haber “metido” dentro de Alianza Popular y después en el Partido Popular - con ayuda de Antonio Hernández Mancha - a toda la derecha, desde los liberales y democristianos a los franquistas como Blas Piñar y los falangistas de Girón de Velasco. Con esa herencia y unos cuantos cortes de cabezas políticos, realizados con tanta habilidad como dureza, consiguió José María Aznar llegar a La Moncloa, primero tras una larga y penosa negociación con los catalanes de CiU capitaneados por Jordi Pujol, y los vascos liderados por Xavier Arzallus, para cuatro años más tarde conseguir su primera y ansiada mayoría absoluta. Fuera del PP no había nada.
Se trataba en el año 1996 y en el 2000 de elegir entre el socialismo de Felipe González y el de Alfredo Pérez Rubalcaba y el liberalismo conservador de José María Aznar. Hoy, a finales de junio de 2023, volvemos a estar en la misma situación, con una “desventaja” para Feijóo que no tuvo su ex jefe, existe Vox, que es el regreso de lo que hubiera representado el franquismo unido de Fuerza Nueva y la Falange. Santiago Abascal es ambos liderazgos a la vez, una imagen de España que no parece existir pero que haberla, hay, como las meigas gallegas.
Pueden darse sorpresas el 23 de julio pero la única mayoría absoluta posible en manos de un único partido es la que pueda conseguir el Partido Popular, y lo tiene francamente difícil, al margen de los conflictos territoriales de Murcia y Extremadura, que tampoco ayudan. El PSOE y Sánchez sólo pueden plantearse su continuidad en el poder a través de una repetición de los mismos pactos que consiguieron en 2018 y 2019 por dos veces. Así llegaron al poder y así murieron, por su deseo de sentarse en los sillones del gobierno, los dirigentes de Unidas Podemos.
Una enseñanza que deberían tener muy presente Abascal y los suyos. Compartir el poder puede ser el más rápido de los caminos para desaparecer. La oposición, bien administrada, tal y como a está viendo en otros países de Europa es el más duro de los caminos pero también el que te evita el despeñamiento.