Es el nuevo universo en el que los mensajes no pueden tener más de quince palabras, apenas dos líneas, cuando no un dibujo o un montaje fotográfico que se difunde a velocidad cuántica en busca, no de la victoria, sino de la derrota del oponente. Es una forma de ensuciar aún más las campañas electorales, amparado el graffiti literario en la impunidad del anonimato de una firma inexistente, la mayor parte de las veces.
Al igual que vemos en las paredes y fachadas de nuestras ciudades letras multicolores que se repite, así pasa con las frases que nos asaltan en las plataformas digitales, por más censuras ( censurables ) que quieren imponer los responsables de esas empresas multinacionales, aquejados de un espíritu inquisidor que haría las delicias de Torquemada y los suyos. Las hogueras a las que arrojan a las víctimas no sueltan llamas físicas pero ennegrecen y destruyen con mayor precisión.
No hay político que pueda librarse de ellos. Están en todas partes y sirven a cualquiera que esté dispuesto a pagar por sus servicios, ya sea el financiador privado o público. Da lo mismo. Ya se utilizarán en el Imperio romano y servían de burla y mofa en los cantares de ciego con los que se recorrían las ciudades. Aquellos bufones utilizarán la ironía, el sarcasmo.Los de ahora son zafios, burdos, ignorantes, repetitivos,aburridos, tan vendidos a su propio ego como limosneros del ambicioso de turno. Apelan a la libertad de expresión como si fuera un salvoconducto para delinquir, para atacar a sus víctimas sin ningún miramento. Aman la suciedad y atacan a la sociedad en la que se refugían, la misma que les permite sobrevivir. Incluso a veces reciben una palmadita por sus hazañas.
Disparan proyectiles al corazón mismo del sistema. Son una parte más de ese negocio tan viejo como la humanidad que se basa en arrastrar por el fango hasta la destrucción de aquel al que se considera enemigo o adversario. Lo más triste de ese oficio de ensuciador de paredes es que, en tiempos electorales, las quince palabras adquieren la patente de credibilidad de un titular o un artículo firmado en un medio de comunicación, y hasta las imágenes en prime time de un informativo en algún canal de televisión. Otra forma más de matar la verdad sin que nadie se manche del escandaloso rojo de la sangre.
Quedan 20 días para que se abran las urnas. Tiempo que aprovecharán esos graffiteros digitales para intensificar y multiplica por miles sus ataques. Si luego, como vemos que está pasando en Francia, se incendian las calles, siempre habrá un presidente y un equipo ministerial que se preguntará por las razones de la sinrazón y no encontrará otra respuesta que recurrir a la violencia del Estado. Hasta el próximo estallido, que cada vez se reproducirá con más rapidez y con mayores dosis de virulencia.