SOCIEDAD

Las mentiras viajan a velocidad cuántica

Tur Torres | Lunes 10 de julio de 2023

La mentira es el reverso de la verdad contada más veces, sobre todo cuando el poder se siente amenazado. Importa su tiempo de vida, a veces de un día y otras, de siglos. Se trata de mantenerla en acción sobre la sociedad, y a mayor problema, mayor mentira. Su poder no está solo en el tamaño, depende de la velocidad de transmisión. Se comporta como cualquier patógeno, se llega a la pandemia cuando el número de afectados se mide en millones. Y al igual que ya hemos visto que ocurre con los virus y sus mutaciones, con las mentiras ocurre exactamente lo mismo. Se transforman para durar y que sus efectos alcancen, a ser posible a generaciones enteras.



Cualquier poder, ya sea político, social y sobre todo económico se comporta como un laboratorio biológico que se dedicara a analizarlos efectos de la verdad en las distintas sociedades y en circunstancias cambiantes y descubriera que la mentira es mucho más rentable y hasta tranquilizadora. Hace cincuenta años se propagaba a velocidad reducida: había que imprimir los periódicos, distribuirlos y hasta los responsables de las redacciones exigían que el periodista de turno hubiera contrastado las noticias con, al menos, tres fuentes creíbles.

Hoy las noticias, las opiniones, las imágenes viajan hacia los cerebros de los ciudadanos a través de esos embudos gigantescos que son las redes sociales a una velocidad inimaginable. Los dos requisitos básicos se utilizan cada día: saturación sobre la base de la misma mentira e inmediata y masiva propagación de la misma en todas las capas sociales.

Como si de observar un agujero negro en el espacio se tratara, viendo su facilidad misteriosa para engullir galaxias, se necesita paciencia, espíritu crítico y cada vez mayores dosis de desconfianza hacia lo que lees, oyes y ves para no verte arrastrado a la ignorancia, tarea difícil y solitaria ya que suele desembocar en un enfrentamiento con el mundo que te rodea, con los amigos, con la familia, todos ellos contagiados por el mismo parásito, la verdad oficial convertida en doctrina y credo cuasi divino.

Hemos, han creado, una sociedad que se niega a pensar, a mirar con detenimiento, a la que le basta con saber que el que tiene al lado piensa y dice lo mismo que él. La masa se convierte en fuente de verdad. De cualquier tipo de verdad. Y es casi imposible lograr que los argumentos contrarios, al menos, sirvan para poner en duda el aplastante volumen de contradicciones que toda mentira encierra.

Al igual que ocurre con los antibióticos, que pierden su eficacia por el uso y abuso que hacemos de ellos, ya no nos conmueve la violencia, la presenciamos como un puro espectáculo; ya aceptamos que se destruyan ciudades y países mientras los responsables políticos se limitan a pedir con insistencia más armas para seguir propagando la muerte, sin que las palabras medicinas, alimentos, respeto a esas mínimas normas de uso internacional, aparezcan. Las siglas, los acrónimos, son parte indispensable del lenguaje que utilizan los nuevos sacerdotes para que los fieles creyentes, que se pasan horas delante de una pantalla, se limiten a decir amén.

Los culpables son culpables, así, sin más necesidad de indagar en los motivos de la evidente barbarie. Tan sólo tienes que cambiar de sitio en la línea roja para que los malos se conviertan en buenos y los buenos en malos. Poder y violencia llevan tantos milenios juntos que es imposible separarlos. Violencia para conseguir el poder y poder para administrar y dirigir esa violencia. La historia nos lo cuenta desde que Caín mató a su hermano con la excusa de la envidia, esa primera mentira cristiana que escondía la única verdad fuera del Paraíso:

Caín no quería dividir el poder y recurrió a la violencia más primitiva y directa. No hemos cambiado. Al escribir la historia cada héroe y cada villano cumple con su papel. Incluso aceptamos que éste último nos caiga bien y disfrutamos en cada escena en la que comete una atrocidad y sale impune. Aquí son las imágenes las que se imponen a las palabras y el bombardeo de las mismas sobre el subconsciente profundo hace su trabajo.