Obscenas imágenes que se colocan siempre por encima de las otras, las del dolor, la muerte, la desesperación tras perder todo lo que en una vida se ha almacenado para el último tercio. Bosques que arden, bombas que caen, familias que huyen, una mujer que necesita que un coche de la Guardia Civil permanezca día y noche ante la puerta de su casa para evitar que el marido abandonado consiga perpetrar otra salvajada. Leyes pensadas para castigar los crímenes que olvidan las leyes necesarias para educar a los salvajes.
Yates y lanchas de alquiler que permiten soñar durante unas horas, un día, una semana; a que el buen burgués que intentan esconder juegue a ser más rico que los que se abrasan bajo el sol desde las playas. Bandadas de jóvenes gaviotas y cormoranes que abren sus alas antes de que la noche les una bajo las mismas ropas, los mismos zapatos, los mismos teléfonos que les hacen sentirse miembros de la misma tribu.
Familias llegados desde Italia y desde Australia, desde Manchester o desde Lyon que son atraídos por la magia de una isla, Ibiza, a la que siguen destruyendo con pasmosa paciencia, litoral a litoral, apellido a apellido; más cemento, más ladrillo, más dinero para los mismos y hambrientos bolsillos. Ciudades en miniatura en las que se cumplen las profecias noveladas por Italo Calvino hace cincuenta años.
Está ya escrito el diálogo entre Marco Polo y Kublai Jan, ese que se inventó el escritor nacido en Cuba y muerto en Italia. Esas ciudades que han pasado de invisibles a reales, con nombres femeninos para simbolizar que son los úteros de una civilizacón en agonía, ya sin sexo definible, ni espanto en sus noches, tan impersonales como sucias, tan reales en su conseguida irrealidad a base de pasear a don Dinero cada día en busca de sus mejores y más aplicados y amorales súbditos.
Calvino, sin serlo, era uno de los muchos otro Calvinos que heredaron el pensamiento crítico de Juan, el primero de ellos, el compañero heterodoxo de Lutero y de Erasmo, aquellos que sentían a la Divinidad de otra manera, sin intermediarios terrenales, en un diálogo de tú a tú entre los hombres - hoy habría que escribir entre cualquiera de las acepciones que se interpreten como seres humanos - y su Dios.
Así y de cual esta manera, me doy de bruces con las frases perfectas para estos tiempos, antes de que el “Barón Rampante” convirtiera los sueños en barcos dispuestos a navegar entre las olas del cielo: “estamos acercándonos a un momento de crisis en la vida urbana”. Los sueños o pesadillas de Italo llevados a sus “ Ciudades Invisibles” para adelantar en medio siglo a su propios tiempo: “ se habla hoy con la misma insistencia tanto de la destrucción del medio ambiente natural como de la fragilidad de los grandes sistema tecnológicos que pueden producir perjuicios en cadena, paralizando metrópolis enteras. La crisis de la gran ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza”.
“El toque del genio” del que me habla mi amigo Luís, también él frente a la arena tras recordar una de esas partes de nuestro propio pasado que nunca se olvidan pese a que haya cambiado el paisaje y el lejano Oslo se haya convertido en referencia de ensoñación de los años adolescentes . El escritor que deslumbró a un amigo de los jóvenes, de los recien llegados a esa escalera que construímos en los afectos, un Vicente mediterráneo que posee su propia “rampa” de acceso al futuro de esta profesión de escribidor transformada en trabajo de subsistencia. Están las penúltimas palabras de Jesús dirigidas a Pedro:“ tú también y por tres veces”.
Marco Polo y Kublay Jan vuelven a convertirse en uno de los argumentos que me llevaron a desear escribir sobre lo visto y a convertir en imágenes propias lo leído. El viajero veneciano y el Gran Emperador de un Imperio que existía pese a la ignorancia de la troceada Europa de aquel siglo de hace siete siglos.
Juegan su propia partida de ajedrez y dejan atrás nuestra arrogancia, condenada a pagar hoy, ya mismo y de nuevo, por sus excesos, por su soberbia, por su vanidad, por su ignorancia, por su avaricia; en ese “camino de perdición “ ( gracias Tom Hanks por el personaje ) que nos lleva a un inevitable calabozo social construído con nuestros propios desechos, ya deshechos.
Existió un arco de piedra que se convirtió en todos los arcos y las piedras que han existido, allá en las amuralladas torres de San Giminianno, el lugar oculto de los seguidores del dolorido Sebastian que esbozó en un magistral dibujo el eterno Leonardo, meta de peregrinación otoñal de la secta que sobrevive mientras por los ojos, también de piedra, del Ponte Vecchio la Florencia que cautivó y engañó y pacto con Fernando II de Aragón, llamado por un Papa “ defensor máximo del Catolicismo” flota una roja cabellera - tú la vistes Fernando, tú la vistes Teresa, tú la vistes María, tú la vista Margarita - con el último sol de la tarde cubriendo de oro la piel de marmol de la duquesa muerta, detenidos nuestros ojos en el último párrafo que habíamos leído en el viejo trozo de manuscrito semi escondido en una de las rendijas del escritorio de la casa Machiavelli, antes de correr hacia el futuro que a élla le habían robado. El lo supo, él lo escribió, él lo ocultó.
Dijo Calvino y así quedó escrito que la realidad se transforma en imaginación y que ésta construye una nueva realidad; así en un proceso infinito de millones de años. Hoy, con un “Negronni” en las manos defiendo al Italo marxista que tuvo que dejar el comunismo al comprobar la realidad de lo imaginado, un acto reflejo de pura supervivencia.
El dolor de sus sueños también estaba en la empedrada Sienna en la que se refugió al final para ver correr a los caballos de los palios familiares; en busca de un Renacimiento que comprendió imposible, del que no quiso ser cómplice, tan sólo espectador de los genios que habitaron bajo la protección de aquellos duques/emperadores que los habían sentado a sus mesas.