Más allá de Netanyahu y desde hace un siglo, veintiocho años antes de que desde la ONU se decidiese la solución imposible para Oriente Medio: dos estados, judío y palestino, en un mismo territorio y con una misma capital para ambos, Gran Bretaña, a través de su canciller de Asuntos Exteriores expresó al entonces jefe de la gran familia israelí que existía en todo el mundo que haría todo lo posible y hasta lo imposible para que tuviera un estado y un territorio.
La famosa declaración Balfour se cumplió en 1948 con Ben Gurión al frente del primer gobierno judío. Cincuenta y cinco años después, sea cual sea el color político del gobierno, los israelíes saben que no pueden perder ninguna guerra frente al mundo árabe que los rodea. Esta en la que se encuentran tras los atentados de Hamas - a quien ayudaron a nacer - y la brutal respuesta de sus Fuerzas Armadas en Gaza y más allá, tampoco.
En la Rusia de Putin ocurre lo mismo. Si pierden en Ucrania el país, la Rusia de Catalina la Grande y el almirante Potemkin, con la que sueñan, corre el peligro cierto de desintegrarse de la misma manera que lo hizo la URSS. No lo entendió Mijaíl Gorbachov cuando firmó los acuerdos de “neutralidad” estratégica con la OTAN en la que mandaban Estados Unidos y Gran Bretaña por encima del resto de los socios, incluida la vecina Alemania que consiguió la ansiada reunificación tras derrumbarse el”muro de la vergüenza “ que dividía Berlín.
Mucho menos lo entendieron los nuevos mega millonarios que nacieron y crecieron en los años de Boris Yeltsin, repartiéndose las empresas que habían sido del herrumbroso estado. Sin el alcoholizado Yeltsin no habría llegado al poder Putin, pero llegó desde San Petersburgo para quedarse. Hasta hoy.
“Bibi” y “Polilla” pasarán, el primero a través de unas elecciones democráticas pero con aroma dictatorial; el segundo cuando la dictadura real bajo fachada democrática que ha construido en la actual Rusia, no tenga más remedio que devorarlo. Lo que no cambiará es la necesidad de sus sucesores a la hora de defender a sus respectivos países: Israel no puede perder nunca, con toda la ayuda que tendrá siempre de Estados Unidos y Gran Bretaña. Rusia no puede perder nunca con la ayuda más que interesada de China y las amplias zonas de influencia que han conseguido tanto en Asia como en Africa y la América de habla hispana.
El fin de la guerra en Ucrania está íntimamente ligado al fin de la actual guerra de Israel. Ni Ucrania será igual a la que existía antes de la llegada de las fuerzas rusas a las Repúblicas del Donest, hoy ya integradas en la Federación y que permiten la unión por tierra de la estratégica península de Crimea; ni la “desaparición real” de la Franja de Gaza como entidad dirigida por los palestinos va a terminar con el conflicto permanente entre dos formas de entender el mundo y los privilegios de quienes dirigen los países que rodean a Israel.
La ONU ya ha demostrado que sirve para muy poco y Europa es una entidad monetaria mucho más que una realidad política. Mientras la democracia con mayúscula, real y no meramente formal, no llegue a todos los riquísimos países árabes, Israel estará sometida a una régimen de guerra. Basta con haber estado en el país y visitar tanto Tela Aviv como Jerusalén y Gaza para darse cuenta de ello.
El tránsito de Rusia a una homologación con los países de la Unión Europea es igual de difícil. La violencia ejercida desde el poder se ha ido extendiendo desde el final de la llamada II Guerra Mundial, y las nuevas tecnologías de control sobre las poblaciones le ayudan y mucho.