Parece improbable que la Reserva Federal siga subiendo sus tipos de corto debido a factores como el incremento de los tipos de interés a largo plazo, el desacuerdo en el Congreso que reducirá cualquier posibilidad de estímulo fiscal, o la propia apreciación del dólar. En el caso europeo la situación es más clara a la vista de las evidencias de su estancamiento.
Aun así, las dudas sobre la eficacia y a dónde nos conduce el modo en cómo se está gestionando este periodo por los dos grandes bancos centrales, persisten, y la tensión en los mercados de bonos lo refleja. El mantra de “altos por más tiempo” es el que está generando incertidumbre, y los datos, particularmente los norteamericanos, son escudriñados en búsqueda de reafirmar o revisar convicciones.
UN TEMOR DE FONDO
Las economías desarrolladas se están debilitando, pero ni a igual ritmo, ni con la intensidad suficiente como para que, o bien la inflación se reduzca de forma suficientemente sostenida, o el empleo evidencie señales de deterioro. Hay síntomas, pero ni son suficientes, ni evidentes.
De ahí que la idea de aterrizaje suave, o incluso el no aterrizaje en el caso norteamericano, gane adeptos, justo cuando la situación es más compleja de interpretar y cuando todavía han de dejarse sentir las consecuencias de un cambio de condiciones monetarias tan drástico como el que se ha producido en los últimos dieciocho meses.
Mientras el mercado busca respuestas en cada dato, un temor de fondo lo sobrevuela, y dado que el desempeño económico es mejor de lo que esperaban y los tipos de interés están bastante más altos de lo previsto, particularmente los tipos de largo plazo, la promesa de más tiempo con tipos tan altos, o incluso más altos en el caso norteamericano, alimentan la interrogante de hasta qué punto el mantenimiento de las condiciones actuales puede prolongarse sin que se precipite un evento de crédito que, este sí, provoque un ajuste general y una contracción económica más severa.
La alternativa es que esta situación se sostenga estable en el tiempo hasta que el horizonte se despeje y las apuestas puedan ser entonces más claras. Es la menos probable, porque el equilibrio es demasiado inestable.
NI AQUÍ, NI ALLÍ
Como la historia es fuente de referencias, el temor mayor es a una crisis de crédito siguiendo el modelo de la de 2008. Se apunta la posibilidad de que un evento así pueda venir de mano de la pérdida definitiva de la calificación AAA que todavía mantiene Moody´s para EE.UU., algo que resulta creíble en el contexto de un fuerte incremento de su déficit fiscal en el año que acaba de cerrar y que se disparó hasta los 2 billones (7.6% del PIB) frente a los 0.9 billones del anterior (3.5%).
Añadamos la amenaza de un cierre gubernamental próximo a resultas de la división en el Congreso, ya no solo entre partidos, sino dentro de ellos.
Más allá de la normalización tras la congelación que significaron la pandemia y las políticas fiscales de dinero sin límite, no hay razones objetivas que apunten a un deterioro anormal de solvencia -la liquidez sigue abundando- que alerten sobre la proximidad de “eventos de crédito”. Ni aquí, ni allí. Y no lo será mientras las expectativas de inflación continúen bien ancladas.
Eso no quita que los mercados estén preocupados sobre el deterioro de la salud fiscal de EE.UU. y las pocas trazas de su reconducción, y aunque eso acabará por ser un lastre, también para el dólar, una crisis de deuda bien puede esperar.