La tarde del 27 de junio de 1977 a las siete de la tarde, tras comer y una pequeña siesta, el presidente de la Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas, salía del chalet del diplomático y financiero, Manuel Ortínez, camino del palacio de La Moncloa. Durante años tuvo en estar fuera de España y llevaba negociando su regreso con mensajeros del Gobierno de Adolfo Suárez, con mensajeros del Rey Juan Carlos y siempre con el círculo empresarial más cercano al PNV, hasta el punto que el avión en el que viajó a Madrid era propiedad de Luís Olarra, el hombre que, ante el chantaje económico que le exigía ETA, optó por "otra solución”: les hizo llegar a los dirigentes de la organización terrorista que si le mataban a atentaban contra cualquier miembro de su familia había depositado 500 millones de pesetas en Marsella para que la mafia francesa acabara con todos los familiares de los cabecillas. No pagó ningún impuesto revolucionario. Nunca.
El hombre que le acompañó en el viaje era Carlos Sentís, amigo de Suárez e Interlocutor válido para el entonces ministro del Interior de la UCD, Rodolfo Martín Villa. En casa de Ortínez esperó la visita de Martín Villa y el coche que le llevaría al complejo presidencial. que terminaría su vida profesional como responsable en España de la Unión de la Banca Suíza, tras mantener durante años una relación de amistad y ayudas mutuas con el que fuera ministro de Exteriores español, Pedro Cortina Mauri - padre de Alberto Cortina - al igual que las mantenía con el entonces teniente coronel Andrés Casinello, que llegaría a dirigir el CESID en años posteriores, y de la misma forma que las tuvo durante toda su vida con el economista Fabián Estapé.
Ortinez conocía a la perfección los entramados del poder y su lado oscuro. Era paciente, discreto y contaba con la confianza de Tarradellas, que le haría más tarde Consejero en su primer gobierno de la Generalitat. En aquellos tiempos yo trabajaba como corresponsal en Madrid del diario catalán Solidaridad Nacional, la “Soli”, que daba cobijo profesional a muchos periodistas alejados del Régimen. Una oportunidad - gracias César Alonso de los Rios- que me facilitó estar, junto al corresponsal político de La Vanguardia, en el número 4 de la calle Francisco de Asís Méndez Casariego, en la colonia de El Viso, para recibir y contar la llegada del exiliado político desde meses antes del final de la Guerra Civil y tras ser uno de los hombres de confianza de Francesc Macias.
Estábamos en el inicio de nuestra actual Democracia y los contactos entre el ayer de la II República y el presente de la Monarquía que había nacido de la mano de Franco eran muy delicados. Nadie quería “meter la pata” y resucitar los viejos demonios familiares que habían llevado a los española a matarse entre ellos durante tres largos años.
Salió Tarradellas hacia Moncloa y durante la tensa entrevista con el entonces presidente del Gobierno le dio a Suárez una de las respuestas más claras, útiles y actuales que deberían recordar nuestros dirigentes políticos, tantos los que están en el Gobierno de Pedro Sánchez como aquellos que están en la oposición que lidera Alberto Núñez Feijóo. Reproduce el tenso diálogo en sus Memorias: Suárez: “ usted fue jefes del Gobierno de la Generalitat que perdió la Guerra Civil” Tarradellas: “usted no olvide que un jefe de Gobierno que no sepa solucionar el problema de Cataluña pone en peligro la Monarquía”.
La entrevista con el Rey Juan Carlos estaba prevista para el día siguiente pero se retraso 24 horas, tiempo en el que Suárez y el Monarca, junto a su pequeño equipo de confianza, analizaron los pasos a dar y el tono que debía tener esa segunda y trascendental entrevista con el hombre que iba a ocupar la presidencia de la restablecida Generalitat, y que viajaría a Barcelona, tal y como hizo, para proclamar desde el balcón de la presidencia catalana su famoso “Ja soc aquí”, con el que comenzó una nueva etapa de diálogo entre el Gobierno de Cataluña y el Gobierno de España, muy lejos de lo que pensaron Lluis Companys y el propio Frances Macià en su tiempo.
La habilidad de Juan Carlos I y su equipo quedo demostrada desde el minuto uno. A Josep Tarradellas le recibió a las puertas del palacio el marqués de Mondejar, Nicolas Cotoner, jefe de la Casa con estas palabras en catalán : “ Bon día senyor president, com está”. El viejo republicano se convertiría en una de las personas de confianza del Monarca, por su experiencia, y uno de los peores adversarios que tendría Jordi Pujol en su ascenso a la presidencia de la Generalitat. La experiencia, dura experiencia de uno, y el atrevimiento y la apuesta de futuro del otro. Tras aquel encuentro la Monarquía y la Democracia desatascaron todos los tapones que la propia historia de los últimos cuarenta años habían puesto a la libertad y el diálogo entre los españoles, más allá de las opiniones politicas de cada bando.
Hoy, cuarenta y siete años después, el problema catalán al que se enfrenta la clase política en general y la Monarquía en particular, debería recoger el análisis del primer presidente de la Generalitat de nuestra Democracia, que mantuvo el cargo hasta 1980, que lo dejó tras las elecciones respetando la voluntad popular pese a su más que mala opinión sobre su sucesor, Jordi Pujól, y que moriría once años después de su regreso. Antes, como reconocimiento a su labor en favor del futuro común de los españoles, ya con Felipe González y el PSOE en el poder, recibió del Rey Juan Carlos el título de marqués de Tarradellas.