El ideólogo Schwab convenció en 2020 al entonces Principe de Gales y hoy Rey Carlos III del Reino Unido de presentar “ El Gran Reinicio”, el manual a seguir para que todos fuéramos más felices, más ecológicos, más justos, menos avariciosos; que pensáramos más en las generaciones futuras y que dejáramos atrás y para siempre, bien enterrada, la Historia de los últimos cinco mil años. Sería, según dijeron desde el WEF como si se apagara el ordenador para volver a encenderlo. Bastaba con darle al botón del computador para conseguir que todos los problemas que han enfrentado a la Humanidad desde que el primer “mono desnudo” se puso en pie cambiaran de dirección.
En ese mismo año llegó la epidemia mundial del Covid, siguieron las guerras en Asia y África, siguió la guerra interna en Ucrania, se dispararon los consumos de nuevas y más peligrosas drogas, los estados se volvieron menos solidarios y las viejas aspiraciones de Montesquieu de separar los poderes para equilibrar el gobierno de los hombres comenzaron a desparecer.
El más fuerte le hizo saber al más débil que iba a ser él quien pusiera las reglas de la convivencia y quien dictara lo que estaba bien o estaba mal. “El Gran Reinicio” sigue presente, pero se podría cambiar el título por el de “La Gran Mentira”. Por si quedaban dudas en estos dos últimos años basta con echar un vistazo a las noticias que aparecen en los medios de comunicación para comprobarlo.
Para estar en esa reunión de cinco días hay que pagar al WEF unos muchos miles de euros. Por menos de cien mil no recibes la invitación. Eso es lo que han hecho los siete grandes financieros y empresarios españoles que han acudido, al igual que lo han hecho los representantes del Gobierno, con Pedro Sánchez a la cabeza. Si aquí, en España, parece que es difícil que Pedro Sánchez se reúna con Ana Botín y su equipo, con Carlos Torres y su equipo, con Ignacio Sánchez Galán y su equipo, con José María Alvarez-Pallete y su equipo, con Josu Jon Imaz y su equipo, con Rafael del Pino y su equipo, y con Francisco Reynes y su equipo, en las montañas alpinas todo parece más fácil, al menos en apariencia.
No se pondrán de acuerdo pero hablarán y posarán juntos para las siempre agradecidas fotos de familia. Sánchez, Albares y el resto de representantes del Gobierno les contarán lo que ya saben; y los presidentes del Santander, del BBVA, de Iberdrola, de Telefónica, de Repsol, de Ferrovial y de Naturgy les explicarán las mismas necesidades que desean para sus bancos y empresas, sobre todo cuando de impuestos se trata. La recaudación fiscal, con nieve, siempre duele menos.
“Los davosianos” cambian en razón del mantenimiento o la pérdida del poder que ostentan, pero la fé que profesan en sus métodos no varía. A mayor fortaleza monetaria, más capacidad para negociar e imponer sus programas. En Davos son más importantes las reuniones y acuerdos que no se ven, ni publican, que las intervenciones en el Foro ante esas élites que se limitan a apuntar en sus calendarios las citas que han acordado para las próximas semanas y meses. Así hasta el año que viene. Reconstruir el mundo exige esos sacrificios.