NACIONAL

Emiliano, el verso suelto que planta a Sánchez y cambia Galicia por China

Raúl Heras | Sábado 20 de enero de 2024
Nueve mil kilómetros separan Galicia de China y unos cuantos miles más de palabras sobre la Constitución y las negociaciones con los independentistas catalanes son las que separan a Pedro Sánchez de Emiliano Garcia Page. El presidente del Gobierno se ha dado un baño de militancia gallega para intentar que el PP de Núñez Feijóo no siga en la presidencia de la Xunta; el jefe del Gobierno de Castilla La Mancha intenta que las grandes empresas chinas inviertan en su región. Uno y otro son socialistas, al menos eso dicen.

Sánchez derrotó a Susana Díaz, que era la apuesta de García-Page, en su vuelta ala dirección del PSOE y lleva cinco años sentado en el gran sillín de mando de La Moncloa. El “habitante político “ de Fuensalida llevará, al final de estar Legislatura, cuarenta años pegado a la vida pública.

El que todo el mundo consideraba como el “delfín” de José Bono ya se ha convertido en todo un tiburón dispuesto a pelear en público contra el líder nacional de su partido. Ambos se iniciaron en la escalada hacia las cumbres políticas desde sus puestos de concejales, uno en Madrid, otro en Toledo; y ambos necesitaron en algún momento de sus ascensiones pactar con los comunistas que estaban y están en Podemos.

A García Page es imposible entenderlo sin analizar a fondo a su padrino, José Bono, desde que entró en las Juventudes Socialistas y llegó a la vicepresidencia de la Junta de Castilla La Mancha, siempre en competencia de afectos y poder con José María Barreda y mirando con desconfianza a Francisco Pardo, un eficaz y discreto escudero del hombre que primero creció a la sombra de Enrique Tierno Galvan, luego a la de ASlfonso Guerra, más tarde a la de Felipe González, para terminar de ministro de Defensa y presidente del Congreso con José Luís Rodríguez Zapatero tras perder su particular batalla por la Secretaria General del PSOE. Viejas historias que nunca se olvidan.

Convertido en el verso suelto del socialismo, derrotados en Aragón, Valenciana y Extremadura sus antiguos compañeros en la disidencia frente al cada vez más poderoso Pedro Sánchez, el presidente castellano-manchego lleva meses diciendo a voces que está en contra de cualquier negociación con los independentistas, ya sean vascos o catalanes, ya sean de derechas o de izquierdas y, sobre todo, que está en contra de la amnistía y del referendum en Cataluña. Emiliano se siente seguro tras ganar las últimas elecciones autonómicas en su tierra, que le llevarán en 2027 a cumplir cuarenta años dentro del PSOE y dentro de la escalera del poder; y a Pedro le viene bien que haya una voz crítica y estentórea en el seno del socialismo para que no le acusen de dictador. Ya llegarán los Congresos y las votaciones internas para ajustar cuentas.

Habla García-Page del laberinto español para denostar la política de Sánchez, y más parece que se refiera al Laberinto que construyó Dédalo para encerrar al Minotauro, que al que escribió Gerald Brenan para explicar las razones y las consecuencias del afán cainita de los españoles mirando la Guerra Civil. Los dos presidentes se mueven dentro de los largos y sinuosos pasillos que existen en el PSOE prácticamente desde su nacimiento y sobre todo tras la gran transformación que protagonizó Felipe González desde el Congreso de Suresnes.

Uno y otro tienen experiencia para eliminar obstáculos, alejar los peligros y hacerse fuertes en el poder, una vez conseguido. Son dos ejemplos muy claros de la evolución de la socialdemocracia en España, herederos, les guste mucho o poco, de una forma de hacer política que reinventaron González, Alfonso Guerra y Manuel Chaves al frente del pequeño, reducido pero muy bien apoyado desde Alemania y Suecia, siempre con el visto bueno de Estados Unidos, por supuesto. Tan diferentes y tan iguales, tan distantes y tan próximos, tan prácticos.