A medida que el mundo cambia y que el poder de Estados Unidos se desvanece y crecen las expectativas de los países explotados, la Unión Europea, esa enorme potencia que reúne a nada menos que 27 de los estados más ricos del mundo –algunos de los cuales han tenido a su vez imperios en América, África y Asia- va perdiendo fuerza, hasta tal punto, de que hoy en día puede decirse ya que es un cero a la izquierda, incapaz de intervenir en la solución de los graves problemas económicos, humanos, medioambientales y políticos., al mismo tiempo que se ve arrastrada por Estados Unidos a conflictos que no quiere ni desean sus ciudadanos.
La invasión de Gaza por las tropas israelíes ha demostrado que mientras la mayoría de los pueblos europeos apoyan a las víctimas palestinas del genocidio, los gobiernos muestran su total unión con los sionistas hasta tal punto de que en países como Italia, Francia e incluso el Reino Unido, han prohibido las manifestaciones contra Israel y a favor de Palestina.
Lo mismo ha ocurrido con la guerra de Ucrania, donde ha sido también evidente el abismo que existe entre una población que desea resolver los problemas de manera pacífica y unos gobiernos militaristas y amantes de la guerra. Cada vez que ucranianos y rusos han intentado ponerse de acuerdo han sido los mandatarios europeos y norteamericanos los encargados de boicotear la paz.
Los dirigentes europeos llevan años tapando los problemas sociales y humanitarios de los países miembros, preocupados tan solo por el desarrollo de los grandes negocios económicos reservados a las multinacionales como fue el desarrollo brutal y exagerado de los trenes de alta velocidad, frente a los ferrocarriles hechos a la altura de las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Lo mismo ha ocurrido con las redes de autopistas y de aeropuertos, muchos de los cuales solo los hemos conocido el día de su inauguración.
La crisis del 2008 demostró que el desarrollismo a ultranza impulsado por la Unión Europea solo era una estrategia para vender. Quince años después en España las nuevas conexiones de alta velocidad están paralizadas mientras los ciudadanos de Madrid, Barcelona y otras grandes ciudades tiene que sufrir unos trenes de Cercanías que se han quedado obsoletos y que son los que más se usan, por no hablar de los ferrocarriles a Extremadura o a la España olvidada, zonas que han quedado desconectadas totalmente.
La economía de los principales países de la Unión Europea, que lleva diez años estancada, está a punto de entrar en recesión como ya lo han anunciado en Alemania, mientras que Francia sufre constantes estallidos sociales de los colectivos más perjudicados por las multinacionales. Ninguno de estos países, incluida Gran Bretaña, han sido capaces de resolver tampoco el problema de la inmigración, mientras se desarrollan ideas para expulsar en masa inmigrantes a África o a meterlos en barcos e incluso en campos de concentración al estilo turco, griego o italiano.
De la dirección de la Unión Europea, que conduce la alemana Ursula von der Leyen, acusada de haber sido muy condescendiente con las multinacionales farmacéuticas durante la campañas contra el Covid, no ha salido ni una sola solución a estos graves problemas internos de la Unión Europea, incluida la lucha contra la inflación, que el capitalismo ha aprovechado para extraer casi un 20 por ciento del salario de los trabajadores. Especialmente beneficiadas han sido las multinacionales de la alimentación y de la energía, que hoy le cuestan al ciudadano casi el doble de lo que pagaban en 2020.
Pero donde más se nota la crisis de la Unión Europea es su incapacidad para intervenir en el nuevo orden mundial, sometida a lo que les mandan desde Washington que va a acabar sumiendo a Europa en un conflicto militar en su propio territorio, como ya temen suecos y finlandeses. Primero fue Donald Trump el que llegó a las reuniones de la OTAN exigiendo a los países europeos una mayor contribución al gasto militar, lo que hizo elevar los presupuestos para la guerra a todas las naciones, incluida España. Después ha sido el “demócrata” Joe Biden, el que ha metido de cabeza a Europa en el conflicto ucraniano que ha venido alimentando desde 2014 hasta conseguir provocar la entrada de Putin.
Ya previamente Barack Obama había obligado a la Unión Europea a involucrarse en las guerras contra Libia y Siria durante las llamadas primaveras árabes, que acabaron en el asesinato de Gadafi, con especial intervención del socialdemócrata François Hollande, que también fue uno de los principales movilizadores de los “luchadores por la libertad” del Isis enviados a Siria. Libia, en concreto, ha quedado totalmente destruida y la Unión Europea ha sido incapaz de promover un gobierno real perdiendo toda opción a estar presente en los asuntos del norte de Africa.
En Latinoamérica, la Unión Europea no tiene tampoco ninguna credibilidad después de que montaran la operación de Juan Guaidó al que el Parlamento Europeo proclamó presidente de Venezuela con la especial intervención de Pedro Sánchez que se convirtió en su protector junto a otros variopintos líderes de la derecha venezolana que se pasearon por España anunciando su “victoria” ante Maduro y que cuatro años más tarde los mismos que le impulsaron le despidieron como a un perro extraviado.
En Africa, las fuerzas que Francia y Alemania, con el apoyo de España, habían establecido en los principales países del Sahel, ya se han retirado ante la evidencia de un fracaso militar y político de sus mandatarios, especialmente Emmanuel Macron, mientras sigue mostrando su apoyo incondicional, incluido el español Sánchez, al sátrapa marroquí Mohamed VI, que se ha venido arriba después de que primero Trump y ahora Biden, le consideren su aliado más firme en Africa., hasta tal punto de obligar a la Unión Europea a reconocer la ocupación ilegal del Sahara, cosa que también aceptó ,el primero, nuestro presidente Pedro Sánchez, traicionando a los saharauíes.
En España, el genocidio palestino está mostrando las contradicciones entre el instituciones públicas y el pueblo. Prueba de ello es lo ocurrido el 1 de febrero en el claustro celebrado en la Universidad Autónoma de Madrid cuando la estudiante Ainhoa Jiménez, representante de las agrupaciones Contracorriente y Pan y Rosas, ha criticado la posición equidistante que ha mantenido la Universidad ante el genocidio en Palestina.
Ha denunciado entre aplausos que “la UAM no se ha posicionado sin ambages en contra del genocidio que Israel está cometiendo contra el pueblo palestino. A pesar de su hermandad con la Universidad palestina de Birzeit, a pesar de que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya ha declarado que en los ataques de Israel sobre Palestina hay ‘riesgo de actos genocidas’, la UAM ha mantenido su equidistancia”.
Ainhoa se preguntaba “¿tiene esto que ver con que empresas presentes en el Consejo Social, el verdadero órgano de gobierno en el que se decide todo en la universidad, como el Banco Santander, BBVA o Accenture, tienen relaciones con el Estado de Israel?”.
La joven estudiante ha expresado su indignación ante el hecho de que la universidad siga su funcionamiento ajena a los problemas y crisis sociales mientras presenciamos un genocidio en directo: “¿qué utilidad deberían tener [las universidades] si no emplear todos sus recursos y a todas sus mentes en tratar de parar este genocidio, en activar el freno de emergencia ante la crisis climática o en deliberar sobre cómo terminar con la injusticia y la opresión características de este sistema capitalista?”.