Cuánto más tardemos en aceptar, normalizar y adecuar legalmente la futura Monarquía federal, mayores serán los problemas de convivencia. Asustarse, como hacen los más rancios monárquicos, o promover la República, como hacen los más furibundos defensores de una supuesta igualdad entre los españoles a nivel económico, social y judicial es, de verdad, una entelequia que nunca se ha producido y que no parece que se vaya a producir por un mero cambio de lo que significa la Jefatura del Estado.
Si echamos un pequeño vistazo a nuestra propia historia veremos que el primer concepto de España como nación se basaba en el concepto de Monarquía Federal. Así funcionó durante doscientos años, los de mayor esplendor de nuestro país, que era el primer Imperio de la Edad Moderna, con mayor extensión y diversidad que cualquiera de los que habían existido. La decadencia de los Reyes Habsburgos y la decadencia de los “gerentes” que tenían que llevar adelante el proyecto ideado por Fernando de Aragón, nos llevó a destruir el federalismo de la mano de los Borbones importados desde Francia.
La preocupación de Felipe VI, que aparece en su rostro en todas y cada una de sus numerosas apariciones de los últimos meses, sobre todo en el aumento de las mismas en relación a las Fuerzas Armadas, es una realidad que no se puede, ni debe esconderse. El Rey debe hacer un salto hacia el futuro apoyándose en el pasado de la Corona. Romper con lo que significó su antepasado familiar, el Felipe V que llegó directamente desde Versalles para luchar por el trono con el archiduque Carlos, y unir el espíritu que anidó en Carlos I y Felipe II, como referentes de una España que no se enredaba en batallas internas y buscaba en su visión del mundo su propia personalidad en la historia de Occidente.
Con Cataluña y Euskadi reivindicando de forma más o menos clara su independencia, que no su autonomía por culpa de los errores sucesivos cometidos desde los “padres constitucionales” a los distintos gobiernos del PSOE y del PP, el resultado de las elecciones gallegas, con conquista del Gobierno por el BNG o sin ella, los tres territorios históricos que se recogían en la II República se convertirán en un problema mayor para la necesaria unidad de la Nación o en uno de sus anclajes.
El proceso de “sucesivos independentismos” será imparable. Detrás de Galicia aparecerán Valencia, que fue Reino, Canarias que puede convertirse en una gran plataforma off shore financiera pegado a la costa africana, Andalucía que reivindicará su pasado de setecientos años árabe, y así hasta que la que fuera inmensa Castilla busque en una nueva unidad su puesto en el gran reparto dentro de una Europa que ya ha cambiado, también y aprovechando la guerra de Ucrania, el eje económico y político que ha tenido durante los últimos ochenta años.
Estados Unidos el gran amigo y el gran adversario junto a Gran Bretaña ha puesto a Polonia como su nuevo “mejor amigo” como gran cuña entre la poderosa Alemania y la inquietante Rusia. El legado de Angela Merkel lo está enterrando el canciller Scholtz a grandes zancadas.