Putin se siente un Zar sin corona pero con igual o mayor poder que tenia Nicolás Romanov sobre su pueblo. Está convencido de que Occidente en general y Estados Unidos en particular engañaron a Gorbachov y que la OTAN es una amenaza tras ampliarse hasta las propias fronteras rusas, sin países interpuestos.
Es un dictador - 30 años en el poder - sin rivales que le estorben, sin complejos, sin remordimientos, con la misma determinación que tuvo Catalina durante los 35 años que reinó en Rusia. El poder no se comparte, se consigue y se hace todo lo posible, todo lo que sea necesario para mantenerlo.
El ruso que se hizo espía durante el largo mandato de Yuri Andrópov al frente de la poderosa KGB, que conoce sus debilidades económicas y sociales frente a las democracias occidentales, no quiere, ni puede, ni le dejarían perder los territorios ganados en Ucrania y que le permiten a Rusia unirse por tierra con Crimea.
Es su salida al Mar Negro, la mejor que tiene tras la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN y lo que significa en el control marítimo del Báltico. Depende y dependerá un mucho de Turquía y un muy mucho de China, por la salida al Pacífico. Su gran baza para negociar en este inicio del 2024, tras dos años de guerra en Ucrania, es el arsenal nuclear que posee, y el espacio, el lugar sin barreras geo estratégicas que lo limiten, al mismo tiempo que le sirve de amenaza a los que considera enemigos.
Entender a Putin es fácil. Lo es desde hace un cuarto de siglo. Utiliza todo lo que tiene a su alcance, incluida la Iglesia ortodoxa y el Patriarca de Moscú, con su asistencia a los actos religiosos pese a su histórico ateísmo. Ya tiene seis años por delante en el poder, más de lo que estarán los presidentes y primeros ministros que insisten en la necesidad que tiene Europa de impedir su victoria en Ucrania. En el horizonte solo están las elecciones norteamericanas y el resultado de las mismas. Todo lo demás es jugar con un conflicto nuclear que destruya el mundo que conocemos.