La división que aprobó la ONU era imposible de mantener en la realidad territorial. Cisjordania y Gaza para los palestinos, separados por un “ pasillo” israelí que iba desde el Líbano al Golfo Pérsico. El tiralíneas británico que impulsó monetariamente la familia Rostchild era y sigue siendo una maldición para todos los habitantes de esa zona. Los esfuerzos de Ben Gurion se vieron recompensados en mayo de 1948 en la Asamblea de Naciones Unidas dándoles a los judíos el 55 % del territorio y el 45% a los divididos palestinos, con el voto a favor - otro guiño del destino - de Ucrania y la URSS.
Nada más aprobarse la división comenzó la guerra entre árabes y judíos, que expulsaron de los que habían sido sus hogares a entre 300.000 y 400.000 palestinos por la fuerza. Venció Israel, que pasó a controlar el 77% del territorio mientras Cisjordania quedaba bajo el “ amparo” de Jordania y Gaza de Egipto, pero bajo la vigilancia real y permanente del Gobierno de Tel Aviv.
Hasta hoy, pasando por el intento frustrado de Yaser Arafat de liderar desde la OLP el reducido estado de Palestina y las creaciones de los movimientos armados de Hamas e Hizbula ( terroristas para unos, guerrilleros para otros ) que han hecho aún más imposible los sucesivos intentos de paz. La guerra del Sinaí en 1956 y la destrucción del Líbano como país “ occidental” y moderno en 1082 son dos capítulos más de un conflicto al que podemos aplicar la sentencia de Ortega y Gasset sobre los deseos independentistas de Cataluña: “ no tiene solución, lo único que se puede hacer es conllevarlo”.
El nacimiento de Ucrania como unidad territorial también tuvo un “ parto” difícil y un crecimiento tan irregular como las tribus y países que la ocuparon, desde los mongoles y cosacos a los polacos y otomanos. Si miramos desde la ruptura de la URSS en 1991, con la dimisión de Mijail Gorbachov , los sucesivos presidentes de Ucrania, hasta llegar a Volodomir Zelensky, se han enfrentado a la tutela de Moscú y a varios golpes de estado que desembocaron en los enfrentamientos directos entre la parte más oriental, con Crimea, como “ gran botín “ de guerra de la nueva Rusia, y los deseos del Kremlin de romper el anillo geostrategico que habían desarrollado Estados Unidos y Gran Bretaña nada más terminar la II Guerra Mundial. En 2014 la histórica península de Crimea se convirtió en la Gaza rusa, con la diferencia de que la flota del Mar Negro de la antigua URSS tenía allí su gran base junto a la de Odessa.
La mayor de las paradojas a las que ya se enfrenta la Rusia de Putin es que, por intentar romper el anillo creciente creado por la OTAN en el Sur, ha hecho que se consolide ese mismo anillo por su noroeste, con la plena incorporación de los tres países bálticos más Finlandia y Suecia a Organización del Atlantico Norte. Las últimas declaraciones del presidente ruso sobre la imposibilidad de emplear el arma atómica en algún país de Occidente evidencia la debilidad de Rusia: en un conflicto convencional Rusia perdería, y no puede permitirse ese resultado.
Conclusión: como Putin no puede perder la guerra en Ucrania, ni puede “ devolver “ los territorios conquistados en el Donbas - que ya han pasado a ser parte de la Federación Rusa y que permiten la conexión terrestre con Crimea - tan solo le queda mantener el conflicto hasta conseguir un acuerdo de paz que mantenga a una reducida territorialmente Ucrania como espacio “libre” entre la necesitada Rusia y la Europa militarizada que sirve a los intereses de USA.
El anillo de Spykman - que era en parte una copia del que puso en marcha la Alemania de Adolf Hitler con su “ lebensraum” - se ha estrechado aún más, con dos potencias emergentes e históricas en sus ambiciones: la Polonia de Tuch y la Turquia de Erdogan. Las partidas del “ ajedrez múltiple” en el que estamos implicados, que ya ha colocado a España en un delicado equilibrio internacional entre el apoyo a la recreación de dos Estados en la antigua Palestina y la condena a la intervención rusa en Ucrania, hace que el ofrecimiento de la isla de Menorca como nuevo eje marítimo de la flota USA en el Mediterráneo, con Rota y Cartagena, sea un movimiento de piezas que habrá que observar dentro de los equilibrios de nuestro país frente a Marruecos, nuestro siempre incómodo vecino del sur.