El último en sumarse a ese “todos contra Bildu” ha sido el Partido Popular que, con Javier de Andrés, es consciente de que es muy difícil que consiga mantener los seis escaños de los que disponía hasta la disolución de la Asamblea, ni siquiera en el supuesto de que Amaia Martínez, al frente de Vox, se quede en cero por un trasvase de votos que será difícil que se produzca y que, de pasar, puede que no varíe el resultado alcanzado en 2020. Esos seis votos “ofrecidos” al PNV para evitar un hipotético gobierno de Bildu serán insuficientes.
Los socialistas de Eneko Andueza lo tienen más fácil. Se van a beneficiar de la caída libre en la que Yolanda Díaz ha sumido a la izquierda tras su choque frontal con Podemos y la falta de acuerdos con los distintos grupos que “aceptaron” entrar en Sumar como marca electoral, pero no como organización única. Partidos los votos de esa izquierda de la izquierda, co Miren Gorrotxategi por el lado de Podemos, y Alba García, por el de Sumar, el llamado voto útil puede beneficiar a los socialistas y convertirlos, de nuevo, en el socio de gobierno ideal y necesario, ya sea para el PNV o para Bildu. Mejor el primero para Pedro Sánchez, y mejor el segundo para Pablo Iglesias en su nuevo intento de salvación de las siglas que fundó.
En cinco días sabremos el resultado de las urnas y las posibilidades de gobierno que salgan de las futuras alianzas. En principio ese “todos contra Bildu” favorece al partido de Otegi, que tan sólo encontrará apoyo directo en los escaños que consiga Podemos, que no parece que vaya a repetir con los seis que logró hace cuatro años. La representación “españolista” que salió de las elecciones del 2020 es apenas un tercio del total: diez del PSE, seis del PP, seis de Podemos y uno de Vox. Ni un tercio y ese sí que es un problema de futuro para la actual arquitectura constitucional del Estado.