Incluso con inflaciones por encima del 2%, las variaciones de precios se han ralentizado lo suficiente como para que puedan considerarse tolerables, y mejor aún, en un contexto, donde no solo no ha sido precisa una recesión, sino que las economías tienen un desempeño mucho mejor que el temido e incluso que el razonablemente esperado.
El mercado de trabajo se ha mantenido alejado de la pendiente negativa que se deduciría de la curva de Phillips, que relaciona tasa de desempleo con inflación, lo que habría de ser motivo de satisfacción general, no ya entre los economistas sino entre la población general. Cierto que este tipo de celebraciones, difícilmente trascienden de los despachos para asentarse en la calle, porque, al fin y al cabo, lo contrafactual, es decir, aquello que no ha ocurrido pero que era muy factible que ocurriese, nunca ocupa lugar destacado en crónica alguna.
PESIMISMO... A LARGO PLAZO
Sin embargo, según las encuestas, la gente muestra un descontento general frente a la evolución económica a nivel global. Algo tendrá que ver el hecho de que los precios de aquello que forma parte de su experiencia diaria como consumidores pueden haber subido en promedio un 20% respecto a la situación previa a la pandemia, y sobre todo en bienes de consumo muy visibles como los comestibles o el ocio. También en los tipos de interés, que, aunque su variación no se recoge en los índices de precios de los que fueron excluidos en los años 80, consumen una parte importante de la renta de muchas familias.
Han subido los salarios, pero ni siquiera en aquellas economías en las que se han ajustado más a la inflación, como es el caso en EE.UU., el descontento es menor. La confianza de los consumidores en poco concilia con una economía que crece a un ritmo anual cercano al 3%, y los responsables políticos ven como ese clima, entre el descontento y la desconfianza, pone en peligro su liderazgo, y por tanto su reelección.
Aunque el análisis de esta contradicción entra más en el campo de los científicos sociales que en el de los académicos de la economía, persiste un pesimismo a largo plazo basado en amenazas tan diversas como la desglobalización, el cambio climático, el envejecimiento demográfico, las deudas públicas "insostenibles”, o incluso la incertidumbre que para muchos supone la afección que en su vida y trabajo traerá la Inteligencia Artificial.
MAYOR PARTICIPACIÓN SALARIAL
El miedo es una respuesta reptiliana frente la incertidumbre, pero reconozcamos que no concilia con aspectos objetivos como la escasez de mano de obra en muchos sectores o con la creciente participación de los salarios en las rentas tras décadas de retroceso en su peso frente a los rendimientos del capital. +
Incluso se están dando síntomas de incremento de la productividad, otra vez de nuevo más evidentes en EE.UU., algo que habría de conducir a una mejora general del nivel de vida, al tiempo que supone un freno importante para las tensiones inflacionistas. Definitivamente no estamos peor, e incluso hasta los más pesimistas han de reconocer que ni la más optimista de las previsiones alcanzaban a prever en 2021 o 2022, que con tipos al 4/5%, estaríamos como estamos.