A la Ley de Amnistía le espera un largo recorrido judicial, primero en España y luego en Europa. Ese “cielo” por el que suspiran Carles Puigdemont y todos los condenados o perseguidos por el Proceso soberanista que se inició en diciembre de 2012 y tuvo su epicentro en el “ Referendum” de 2017 pueden consolarse viendo “ El cielo puede esperar”la película de 1978 codirigida por Warren Beatty, con su “error divino”· y el cambio de cuerpo para poder regresar a la Tierra. De la tragedia a la comedia apenas hay un paso. Mientras la Ley recorre el camino de las “togas y las puñetas” la esposa del presidente del Gobierno, muy en contra de la voluntad de ambos, ya se ha convertido en un referente eterno cuando del poder político en España se hable y se estudie en los siguientes cien años.
Termine como termine la investigación sumarial del juez
Juan Carlos Peinado en torno a las acusaciones sobre
Begoña Gómez, que ya tiene fecha fija para acudir ante el instructor del sumario, y las posteriores decisiones judiciales que se producirán por parte de los distintos niveles de la Administración de Justicia, desde las decisiones del juzgado de Instrucción número 41 de Madrid pasando por la Audiencia Provincial y, si fuera necesario, por el Tribunal Superior de Madrid, el Tribunal Supremo y hasta el Tribunal Constitucional, para la Historia de España quedará que es la
primera mujer de un presidente del Gobierno que ha sido “investigada” por presuntos delitos de tráfico de influencias y con informe de 160 páginas de la unidad especial de la Guardia Civil por medio, que no parece que haya servido, hasta el momento para mucho.
Quedan apenas tres días para las elecciones y desde la izquierda se acusa al juez Peinado de intentar influir en los resultados . El presidente ha ido un poco más lejos y ha vuelto a romper los usos y costumbres de la acción política. Nada de ruedas de prensa con preguntas y vuelta a la utilización epistolar para dirigirse de forma directa a los ciudadanos. No se sabe si se inspira en el acto quinto y la escena quinta del Macbeth de Shakespeare cuando se escuchan las terribles palabras premonitorias, que luego ratificarán las tres brujas: “la vida no es más que una sombra andante”, o la aún peor:”el camino a una muerte polvorienta”. Sentencias sobre el pago al que obliga la conquista del poder, sobre todo cuando aparece en escena la influencia de la mujer que no ha dudado en conspirar y ayudar para conquistar el trono.
Puede y hasta es posible que Pedro Sánchez se haya leído en sus años de estudiante universitario la gran novela norteamericana que sentaría las bases de la posterior explosión literaria de la llamada “Generación pérdida”. Fue William Faulkner quien, al retratar a la familia Compson, convierte “El ruido y la furia” en el mejor de los retratos de una parte de Estados Unidos, que viajaba hacia su inevitable decadencia mientras cada miembro de la familia hacia su propia terapia ante el desastre.
Si el poeta y dramaturgo inglés convirtió a la esposa del Rey Macbeth en una sombra que termina diluyéndose entre los sombríos pasillos del palacio, víctima de su propia ambición, el novelista sureño convierte a Caroline Bascomb en una hipocondriaca egocéntrica que se avergüenza de casi todo lo que le rodea. Dos retratos de mujer que en nada se parecen a Begoña Gómez pero que han pasado a la historia a través de la literatura. Pedro Sánchez no es novelista, ni dramaturgo pero ya se ha revelado como uno de los políticos más heterodoxos de la democracia y, sobre todo, de la España del siglo XXI. Nada que ver con sus antecesores, al igual que le pasa a Begoña con las otras mujeres que han ocupado el palacio de La Moncloa. El retrato que quiere hacer la oposición es claramente una deformación de la realidad, pero es que la vida política, hoy, es un cuento contado por un idiota.
Nada de eso había pasado con las otras siete mujeres de los otros siete presidentes de Gobierno de la Democracia. No pasó con Amparo Illana, la esposa de Adolfo Suárez, dedicada casi en exclusividad a ayudar al pueblo gitano dese su condición de pertenencia al Opus Dei entre 1976, cuando llegó a La Moncloa con 42 años, y 1981, cuando dimitió su marido “ para evitar que España volviera con sus peores demonios”, mientras luchaba contra el cáncer que acabaría con su vida en 2001. Siempre en una posición discreta durante los tormentos años de la presidencia de Suárez, con los ataques que recibía el líder de la UCD un día sí y otro también, hasta desembocar en el intento de “golpe de estado” del teniente coronel Antonio Tejero y los generales Jaime Milans del Bosch y Alfonso Armada. Ella fue la primera y nunca tuvo veleidades políticas.
Su breve sucesora en el poder, apenas año y medio, Pilar Ibañez-Martín, hija del que fue ministro de Educación durante doce años con el franquismo, José Ibáñez-Martín y de la condesa de Marín, estuvo rodeada de la política española pero nunca participó en ella. Su marido, Leopoldo Calvo-Sotelo, el presidente que firmó la entrada de España en la OTAN y sirvió de hombre de transición entre la UCD que se derrumbaba y el PSOE de Felipe González, que logró la mayor de las victorias políticas hasta hoy y durante casi catorce años, supo que su mandato era un pequeño paréntesis en el poder. Ni Leopoldo, ni la muy joven Pilar (con 27 años se convirtió en la mujer del presidente )mostraron ningún apego al poder y pese a protagonizar una de las decisiones más históricas en la política internacional de España.
Todo cambia durante los años dorados del poder socialista. Carmen Romero, la mujer de Felipe González, hija de coronel médico del Ejercito del Aire y licenciada en Filosofía y Letras estaba comprometida, desde antes de habitar en La Moncloa, con el movimiento sindical como miembro de la Ejecutiva de UGT, incluso en los momentos de desencuentro entre su marido y el responsable del sindicato, Nicolás Redondo.
Profesora de Lengua y Literatura quiso entrar en el Congreso de los Diputados y allí estuvo como representante por Cádiz. Durante cinco años estuvo en el Parlamento europeo para luego, tras su divorció, pasar un discreto segundo o tercer plano. Tanto Ana Botella, como Sonsoles Espinos y Elvira Fernández, sobre todo la última, mantuvieron unos perfiles que oscilaban entra la política, la música y la discreción. Otras historias para comparar, incliódos los episodios judiciales y las acusaciones, que para todo encuentran tiempo sus señorías.