NACIONAL

1.329.334 españoles tienen la culpa de estar como estamos

Raúl Heras | Jueves 06 de junio de 2024
Si las ocho formaciones políticas que otorgaron su voto a Pedro Sánchez el 16 de noviembre de 2023 para que se convirtiera en presidente del Gobierno no lo hubieran hecho hoy no estaríamos como estamos. Esos 1. 329. 334 votos que lograron en las urnas el PSOE, Sumar, ERC, Junts, Bildu, PNV, BNG y CC, traducidos en 179 escaños en el Congreso permitieron que el candidato socialista continuara en el palacio de La Moncloa. Tardaron 146 días en negociar los apoyos, los que van del 23 de julio a ese jueves 16 de noviembre, casi cuatro meses en los que las calles de España se llenaron de manifestaciones convocadas por el PP y Vox en contra de la amnistía, con Alberto Núñez Feijóo reclamando que debía ser él quien ocupara la presidencia del Gobierno o que, al menos, se repitieran las elecciones.


Los mismos partidos y formaciones que acabaron con el Gobierno de Mariano Rajoy al apoyar la moción de censura que había presentado el PSOE son los que siguieron manteniendo sus apoyos al Secretario General del PSOE cinco años más tarde. A cambio de algo o mucho, dependen desde qué lado de la historia se mire. Para la izquierda del PSOE a cambio de mucho, nada menos que una Vicepresidencia y cuatro Ministerios; para el nacionalismo vasco más competencias en la Administración de los asuntos públicos y más dinero para el Gobierno de Vitoria; para el independentismo catalán los indultos para una parte de los condenados por el Procés, la promesa de una amnistía para los fugados y, también, la promesa de un futuro Referéndum legal y pactado sobre la independencia o no de Cataluña. Algo para el Bloque gallego y algo para el suave nacionalismo canario. Siempre hay algo a cambio de los apoyos en política. Nada sale gratis.

Desde el bloque de derechas se “impugnó” desde el minuto uno esa unión de parecidos tan diversa. El PP de Feijóo había ganado por 330.870 votos al PSOE de Sánchez, casi los mismos con los que José María Aznar ganó a Felipe González en el lejano 1996 y que le permitieron convertirse en presidente del Gobierno tras catorce años de dominio socialista. Diecisiete escaños de diferencia, que sumados a los 33 que controlaba Santiago Abascal, más el solitario de UPN llevaron a ese trio a la oposición. La Constitución y la Ley Electoral era la culpable. El ganador por votos, otra vez, al igual que ya había pasado en los comicios autonómicos y municipales, no era el que iba a gobernar. Y estalló la guerra política, la descalificación, los ataques que se fueron haciendo cada vez más personales, con un protagonista por encima de todos los demás, Carles Puigdemont, el huído ex presidnete de la Generalitat que no paraba de proponer imposibles desde su cómodo refugio belga. Algo que sigue haciendo tras las elecciones catalanas pidiendo a Sánchez que le deje ser de nuevo presidente pese al claro triunfo de Salvador Illa.

Esa perversión democrática del sistema democrático, que desde hace cuarenta años, ninguno de los dos grandes partidos quieren cambiar, está en la base de lo que vivimos cada día. Basta con cambiar a Puigdemont ( en parte ) por Begoña Gómez, tras pasar por Koldo y Abalos para mantener los enfrentamientos de aquellos cuatro meses de 2023.

Si Pedro Sánchez no hubiera conseguido los 58 apoyos que necesitaba para seguir gobernando y se hubieran cumplido los plazos que contempla la Ley electoral para el supuesto de que ninguno de los candidatos obtenga la mayoría necesaria, ya sea en primera o segunda votación, para ser nombrado presidente, se habrían convocado nuevas elecciones generales y es posible que en estos días en lugar de estar los partidos inmersos en la campaña de los comicios europeos estuviéramos, de nuevo, con los 350 escaños del Congreso en el aire. Las matemáticas ayudan a comprender una parte, la otra está en la voluntad de los dirigentes, con dos de ellos a la cabeza junto a los diversos e importantes intereses que representan: uno no quiere irse y no otro quiere llegar. Ninguno de los dos está dispuesto a tirar la toalla en el centro del ring.


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