La dureza en la Jefatura del Estado en estos diez años ha sido la más intensa que podemos recordar desde el intento de golpe del teniente coronel Antonio Tejero a la desafortunada caída en el paraíso cinegético de Bostwana. Un Rey que veía cómo toda su trayectoria se reducía al espacio que marcaba en el calendario dos elefantes, uno blanco, que le confirmó en el trono al defender la acorralada democracia, y otro gris que moría tras un certero disparo en la frente. En ese tiempo, tanto el dinero como las mujeres mancharon la muy buena imagen que Juan Carlos I se había ganado entre la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Diez años de Reinado de Felipe VI en los que, mientras la mayoría de los medios de comunicación se hartaban de elogiar su figura, junto a la de la Reina ( tantas veces criticada por los mismos que le aplauden sin medida ) el mundo político veía como en el Parlamento de Navarra se aprobaba una moción para acabar con la Monarquía por ser una forma de Gobierno “decadente y discriminatoria”. Decía si toda la izquierda, desde Bildu al PSOE, y decía no toda la derecha, desde el PP a Vox. Los recuerdos al pasado volvieron a asomarse a nuestra historia. Los firmantes de la declaración en “defensa de la democracia y la libertad” se olvidaron que sin la actual Monarquía ambas palabras no tendrían lugar en España o al menos no se habrían convertido en el lenguaje público de los ciudadanos apenas un año y medio después de la muerte De Francisco Franco. Se pueden debatir e investigar las razones, pero en junio de 1977 tuvieron lugar las primeras elecciones democráticas con la presencia de todas las formaciones políticas y el regreso de los exiliados tras la Guerra Civil.
“Con el Rey o contra el Rey” fue el título de la conferencia que el socialista Indalecio Prieto diño en el Ateneo de Madrid el 25 de abril de 1930. No llegan a mil palabras las que empleó para hacer un repaso de los que creía negocios empresariales y financieros de Alfonso XIII y sus amigos, desde los ferroviarios a los telefónicos, todos los que consideraba latrocinios de la élite dirigente que utilizaba a la Monbarquía para enriquecerse conn las concesiones públicas, con especial incidencia en el periodo en el que el general Primo de Rivera ocupó la presidencia del Gobierno. Buen momento éste para recuperar aquel texto y verlo en la España de hoy. Los viejos pecados del poder no deberían epetirse para evitar los males que causaron.