Una larga secuencia de procesos electorales, previstos e imprevistos, está dando un carácter singular a 2024. Hasta la fecha, están siendo relativamente bien digeridos por los mercados, que, no obstante, tratan de anticipar las consecuencias económicas a las que, a largo plazo, pueden inducir. No podemos hablar de que hayan desatado hasta el momento crisis destacada alguna, y eso a pesar del creciente protagonismo de propuestas radicales.
OTRAS FUENTES
Al margen de las razones que están detrás del atractivo que generan, la tendencia es un hecho, como también lo es que las encuestas proporcionan una ayuda muy limitada, ya sea porque la población responde cada vez en menor número, porque los encuestados no manifiestan su preferencia real, o porque la diferencia es tan escasa entre los contendientes que entra dentro del margen de error que se concede. Se busca orientación en fuentes alternativas, que en lugar de hacer prospección en los votantes, construyen su pronóstico en base retrospectiva, atendiendo a factores de diverso tipo, desde la recaudación de los donantes a los candidatos hasta la selección de variables clave que han permitido a su creador anticipar el resultado electoral con éxito durante décadas.
Las consecuencias económicas son aún de más difícil pronóstico. Solo cuando aparentan muy claras provocan una reacción destacada en los mercados, que al tiempo son también un indicador anticipado del nivel de incertidumbre, para acabar a su vez influenciando el comportamiento de los votantes. Tenemos ejemplos recientes en el Reino Unido, pero también en cómo las propuestas más radicales han tenido que ser moduladas. En Francia, antes, para evitar el rechazo que provoca el miedo; en Italia, después, para ser adaptadas a las circunstancias; o en EE.UU., durante, donde es más manifiesto que los candidatos tratan, al modo del Teorema del Caos de McKelvey, de inducir cambios en el resultado electoral manipulando la secuencia de sus mensajes.
CADA VEZ MENOS MARGEN
Que el resultado sea incierto cobra mayor importancia en el contexto actual. Mientras los bancos centrales tratan de esconderse detrás del "dependiendo de los datos", es un hecho que los márgenes que tanto gobiernos como bancos centrales tienen son cada vez más estrechos. Sin margen fiscal si no es arriesgando una crisis de deuda, con un crecimiento modesto, que ni sirve para reducir la deuda ni tampoco para consolidar una evolución rápida de los precios hacia los objetivos, los electores no ven una salida clara.
Eso explica por qué juzgan con complacencia su presente situación personal, pero contemplan la coyuntura a medio plazo con escepticismo, cuando no pesimismo. Es aquí donde las propuestas radicales pescan con éxito, con la limitación, cuando la hay, de lo que impongan los mercados, que a su vez han de operar dentro del margen que las circunstancias concedan. Sin capacidad para atender las demandas de mayor apoyo fiscal y con las limitaciones para el estímulo monetario que impone la resistente inflación, las economías desarrolladas, con el entusiasmo de sus electores, aparentan ir hacia un callejón de incierta salida.