El bipartidismo imperfecto de cuarenta años quiere regresar. Dos grandes formaciones nacionales que se encuentran en el centro, una por la derecha y otra por la izquierda, con la presencia de partidos nacionalistas como comodín parlamentario ante la ausencia de mayoría absolutas. Es la vieja historia que protagonizaron Felipe González y José María Aznar con el PNV de Xavier Arzallus y la CiU de Jordi Pujol.
En 2015 ese invento de la Transición saltó por los aires y tanto el PSOE como el PP quieren reconstruirlo. Ahí es donde Abascal ha visto su mal futuro en caso de compartir el poder autonómico y que Vox se fuera pareciendo cada vez más a sus “ primos” populares. El coste han sido las primeras deserciones de aquellos que han elegido entre el “ más vale pájaro en mano que ciento volando”, sus actuales sillones en los gobiernos autonómicos, y la necesidad que les ha trasladado su líder de no dejarle un pasillo al recién llegado Alvise Pérez. La fiesta podía acabarse apenas empezada.
La mirada de Abascal está puesta en la Argentina de Milei, en El Salvador de Bukele, en la Francia de Le Pen y hasta en la Hungría de Orban, mucho más que en la España de Pedro Sánchez, la Gran Bretaña de Keit Starmer, la Francia de Emmanuel Macron e incluso la Italia de Giorgia Meloni. También está a la espera de lo que ocurra si, como parece, la llegada a La Casa Blanca de Donald Trump se convierte en realidad el próximo noviembre y la Europa de los 27 entra en otra crisis existencial, con la guerra de Ucrania entrando en otra fase más cercana a la búsqueda de la paz que al mantenimiento de una carrera armamentística. La mirada de USA estará en el Pacifico y en China. Quedará la inmigración incontrolada como la gran apuesta de Vox para ese futuro.