Los que trabajan para Pedro Sánchez caminan apretando el esfínter , porque pende sobre sus cabezas el miedo y la amenaza a los vaivenes de su ira, a la exigencia de no bajar la guardia, al coitus interruptus y al despertar sobresaltado. El miedo corre como la pólvora entre los que están a su servicio, incluidos sus ministros que a veces no saben de qué lado les va a caer una hostia.
No le arriendo las ganancias a ninguno de ellos porque la exigencia a la que están sometidos les ha convertido en siervos atemorizados que algún día fueron gente con criterio propio y una dignidad que aún no estaba herida.
La ventaja de los de la fachosfera es que son los únicos ciudadanos que tienen bula para decirle a Sánchez de todo menos bonito sin temor. No están obligados a hacerle la ola ni a silenciar sus críticas.
El marido de Begoña es una irregularidad democrática. Se comporta como un matón de barrio que grita y presiona los suyos y los trata como sus siervos. A Félix Bolaños le ha cambiado la cara y cada día parece mas bajito.
David Adandelete , que fuera Director Adjunto de El Pais recibió una tarde una llamada desde un número de teléfono desconocido. Le hablaba Pedro Sánchez para exigirle que cambiase un titular del periódico con el argumento de que “debía ayudar a la causa” y como le respondió que no podía aceptar esa presión, a los pocos días fue despedido del periódico junto con otros 10 directivos por negarse a aceptar una orden que le dio el propio Pedro Sánchez.
Ellos al menos conservan su dignidad no como otros colegas acríticos que obedecen las consignas que les envían desde Moncloa.
Algunos lo harán porque estén de acuerdo, otros por miedo y otros porque les resulta rentable publicar o silenciar lo que le ordenen, pero sobre ellos sobrevuela el temor a equivocase y a recibir una reprimenda o un castigo. El olor de pólvora quemada circula entre políticos del Psoe , periodistas serviles y gente cuyo sueldo depende de su fidelidad perruna.
Hay distintos niveles de personajes autoritarios que pueden llegar a madurar como Nicolás Maduro y expandir el miedo entre los suyos. Ese aliento en el cogote es un mal presagio porque cuando sopla sobre la nuca nadie está seguro.
Lo malo de este tipo de situaciones son los jirones de dignidad herida que van dejando por el camino los que creen que pueden fiarse de un personaje que ni siente ni padece con el mal ajeno.