Decir que Vladimir Putin es el responsable directo de la guerra en Ucrania es tan fácil como obvio. Ha sido Rusia quién ha invadido el país y son sus tropas, de forma directa o indirecta con el Grupo Wagner quien atacó el Donest. Esa es la visión más inmediata pero la interpretación y la posible solución hay que buscarla hace diez años, en ese 2014 cuando comenzaron de verdad las hostilidades en es zona rusófila de Ucrania y Rusia “volvió a conquistar Crimea para su fuerza naval”.
Tiempo en el que Volodomir Zelensky ganador claro de unas elecciones que debían acabar con la corrupción de los gobiernos anteriores, aceptó que el Batallón Azov, compuesto por mercenarios y pagado por grupos conectados co la mafia, se encargara de reprimir las protestas y deseos de autonomía de las repúblicas del Donest. A partir de ese año todo fue a peor hasta llegar al conflicto abierto entre la Europa occidental y la OTAN y Rusia, con el territorio físico de Ucrania como campo de experimentación de nuevas armas y modos de hacer la guerra del futuro que ya es la guerra de hoy.
La visita del presidente Zelensky a las fábricas de armas en Pensilvania, en plena campaña electoral norteamericana, con las declaraciones de Trump diciendo que si gana acabará con la guerra y no entregará más armamento ni más ayuda económica al gobierno de Kiev, es una clara y directa intromisión en la política norteamericana a favor de Kamala Harris. Intentar restarle importancia y dejarlo como una visita del presidente ucraniano más, dentro de su presencia en la Asamblea de Naciones Unidas, sería ponerse unas gafas de sol en plena noche.
La Rusia de Putin, al igual que le ocurre al Israel de Netanyahu, tan distintos y distantes, no pueden perder en sus conflictos. Y si tiene que llegar más lejos de la situación actual lo harán. Está en juego su supervivencia como país y como Estado. Israel no puede perder ninguna de las guerras que enga co el mundo árabe, ni Rusia puede “devolver” la parte de Ucrania que “ya es parte de su propio territorio”. Si Zelensky consigue cohetes y misiles de largo alcance, que lleguen a quinientos kilómetros en el interior de Rusia, proporcionados por los países de la OTAN, la respuesta nuclear se convertirá en una realidad y la Tercera Guerra Mundial habrá comenzado en todo el mundo, no sólo en la vieja Europa.