Pensada en 1945 para evitar guerras como la que se había ganado a los regímenes nazis y fascistas ya comenzó con muy mal pie: a la Rusia de Stalin no se la tocaba, ni a los Estados Unidos de Truman, que acababa de tirar dos bombas atómicas sobre Japón se les criticaba.
Los otros tres grandes países obtenían su parte de privilegios fundacionales: Francia, al igual que el Reino Unido mantenían sus colonias en Asia, Oriente Medio y África; y la China de Mao, convertida en imperio comunista, llevaba al general Chan Kai- shek a refugiarse en la isla de Taiwán.
Fundada para garantizar la paz en todo el mundo ya engendraba los conflictos que vemos en este siglo, y los que no vemos pero existen. Lo que es bueno para USA es malo para China, y lo que es malo para Gran Bretaña es bueno para Rusia. El resto de los 195 países no cuentan, y cuando lo hacen es para no respetar ninguna de las resoluciones de la Asamblea General que les afecta.
Las guerras de los Balcanes, la de Irak, la de Libia, las dos del Líbano, las de Palestina, las de la franja subsahariana, las de las Repúblicas sudamericanas o las civiles en Irlanda demuestran que los nueve Secretarios Generales que ha tenido y tiene, desde el noruego Trygue Lie al portugués Antonio Guterres, son incapaces de doblegar los intereses particulares de los “cinco dictadores” y de los otros estados con mayor potencia económica o atómica, como son Corea del Norte, Pakistán, India o Irán, que sigue siendo una incógnita en estos días de máxima tensión en Oriente Medio.