No se puede reprochar a los inversores que tras el resultado electoral prefieran replicar patrones del pasado y deseen la continuidad en lugar de la ruptura. Sin embargo, la racionalidad económica con la que juzgamos el presente y aventuramos el futuro puede verse superada por las convicciones ideológicas, como ya comprobamos con Rusia, de modo que está a punto de distribuirse una nueva baraja con nuevas reglas sobre las que solo podemos especular.
Desde las elecciones se van sucediendo acontecimientos que en algunos casos suponen los primeros movimientos de otros jugadores, como el plan de estímulo fiscal de China, y por otro los anuncios de quienes formarán parte de la nueva Administración. En paralelo, la probable consolidación de los tres poderes del Estado en manos republicanas algo sin precedentes, al menos en el siglo XXI.
Añadamos el factor Elon Musk y el perfil de los nominados, donde abundan los halcones frente a China, lo que acentuará la tendencia de disociación con los asiáticos. Todo esto tendrá implicaciones mucho mayores de las que como punto de partida toman los mercados, limitados en este momento a desregulación, aranceles y recorte de impuestos. Es asumir que los impactos se limitan a una versión extendida de la primera presidencia, pero puede ser el inicio del ejercicio del poder total del que no dispuso entonces, mutando al perturbador en destructor.
No es solo la disociación con China. La fragmentación mundial afecta a todos los jugadores, incluida la Unión Europea, y dependerá de las cartas que pueda jugar cada uno y de la versión que ofrezca el retornado en los primeros pasos de su mandato. Ya solo con su plan de poner patas arriba el comercio mundial con aranceles generalizados, los mercados se van a ver sacudidos y no podemos aspirar estúpidamente a pretender predecir los cambios, positivos y negativos que tendrán lugar.
Parece evidente, sea cual sea la versión, que la UE se verá inicialmente perjudicada, directamente con EE.UU. e indirectamente con China, pero después de un periodo inicial doloroso, y a condición de que los responsables políticos actúen con valentía aunque para ello necesitemos llegar a situaciones límite, la UE puede dar un nuevo salto adelante que en lugar de fragmentarla como pretende Trump, refuerce su poder común, tanto fiscal como militar.
Hay en la historia anclajes tentadores sobre los que tratar de mirar al futuro. Repasamos hace unos días la primera parte de su anterior mandato y como se comportó el dólar entonces. Podemos ir más atrás y comprobar que cuando George W Bush, llegó a la presidencia, se temía, como ahora, un fuerte incremento del déficit público. Estábamos a finales del año 2000 y el dólar había llegado a un máximo de 0.82 con el euro. Al final de su primer mandato se cruzaba a 1.30 y cuatro años después un euro compraba 1.60 dólares. Ambos son ejemplos tentadores, que responden esencialmente a lo mismo, políticas fiscales muy expansivas. Lo mismo que se propone ahora.
Pero si concluimos lo mismo caeríamos en la racionalidad económica, sin atender a las convicciones ideológicas que marcan esta nueva época. Los bancos centrales tendrán que considerarlo, pero no hasta que lo constaten. El recorte del BCE y de la FED de 25 pb en diciembre es la hipótesis de base. Los escenarios que se abren después están tan abiertos que pueden ser muy diferentes a los que el mercado descuenta ahora. La primera encuesta de Consensus Forecast tras las elecciones pronostica 1.09 a un año. El rango es 1.00-1.17 ¿será suficiente?