Durante siglos se creyó en Europa que todos los cisnes eran blancos. No fue hasta el siglo XVII cuando se descubrió la existencia de cisnes negros en Australia. El concepto de “cisne negro” fue popularizado para los mercados financieros por la obra El Cisne Negro: El Impacto de lo Altamente Improbable del norteamericano de origen libanés Nassim Taleb.
La obra pone en cuestión el uso generalizado de la distribución normal (campana de Gauss) en campos como las finanzas, la economía y la gestión de riesgos, y argumenta que esta distribución no refleja adecuadamente los extremos o eventos improbables, pero de alto impacto, como los "cisnes negros". Considera que solo en un imaginario Mediocristan es aplicable la distribución normal, pero no en Extremistan, donde dominan los eventos extremos.
Basta echar la vista atrás para comprobar como llevamos un largo periodo que nos hace sentir ciudadanos de Extremistán. Los cisnes negros se suceden con tan alta frecuencia (Covid, Ucrania, Oriente Medio, …) que, en la clasificación de eventos por su grado de incertidumbre, es difícil delimitar hasta qué punto los cisnes negros han dejado de habitar entre los eventos desconocidos desconocidos, para situarse entre los desconocidos conocidos, es decir, hasta qué punto son eventos imposibles de predecir o su impredecibilidad responde más a amenazas ignoradas por sesgos o prejuicios.
Mientras el resultado de las elecciones norteamericanas entraría bien dentro de lo desconocido conocido, ¿podríamos decir lo mismo del evento del pasado viernes donde los mercados han pasado a exigir un mayor rendimiento a los bonos de Francia que a los de Grecia? ¿puede esto acabar por desencadenar nuevos eventos del tipo desconocido desconocido? ¿cabría en un entorno que aparenta plagado de cisnes negros, que los bancos centrales cambiasen el paso y migraran de nuevo a políticas prospectivas en lugar de las reactivas (data dependent) que están ejecutando?
Podríamos preguntarnos lo mismo sobre otros muchos asuntos de la actualidad; por ejemplo, hasta qué punto es posible un evento de crisis fiscal en Francia o más grave aún, en EE.UU., pero lo centramos sobre algo más próximo y uno de los más determinantes en la evolución de los mercados en general y de los de divisas en particular: los bancos centrales.
Los días 12 y 18 de diciembre se reúnen el BCE y la Reserva Federal. El guion preescrito es un recorte de 25 pb en ambos casos, pero ya estamos en circunstancias de preguntarnos durante cuánto tiempo será posible mantener pronósticos más o menos consensuados de una política monetaria gradualista adaptada a lo que los datos y las decisiones políticas impongan. Incluso, si no ha llegado ya el momento de comenzar a adelantarse. Los norteamericanos podrían sobradamente argumentar razones para no bajar los tipos y “pausar”. Los europeos, para acelerar el recorte.
Basta ver cómo han evolucionado los tipos de unos y de otros en los mercados de deuda en las últimas ocho semanas. Por esa razón se explica la apreciación del dólar desde entonces, y puede marcar una gran diferencia entre dos escenarios bien distintos para el cierre del año. Y no es posible preparar ambos a la vez. Si en los dos casos la decisión es la mayormente descontada, y eso es lo que es razonable esperar, habremos ganado un tiempo extra de calma relativa, pero estamos ante los últimos pasos antes de que alguno de los dos sea el primero en plantearse que la respuesta gradualista pueda no ser suficiente para prevenir el siguiente cisne negro.