e podrían elaborar encuestas o sondeos o consultas sobre el paro, la sanidad, las pensiones, la educación; si los españoles estamos más o menos contentos con la Unión Europea, si estamos bien o mal informados sobre Ucrania, Palestina o, ahora, la nueva revolución integrista en Siria. Podían preguntarnos qué opinamos de Donald Trump, de Vladimir Putin, de Zelensky, de Macron… hasta de Milei y de Lula da Silva, más que nada por saber qué número de españoles se sienten interesados por el mundo que les rodea y las implicaciones que cualquier conflicto, por lejano que parezca, tiene en sus vidas.
No, a los partidos y a las compañías que realizan los sondeos, lo que les interesa son los mensajes para consumo interno,de sus cuadros y de sus votantes fijos. Sondeos electorales a meses e incluso años de la cita con las urnas es marketing pero nada que ver con la sociología de la población y los intereses de los españoles. No es un mal de los grandes partidos, no del Gobierno central o los gobiernos autonómicos. Se ha convertido en un elemento más de la guerra interminable que mantienen los políticos entre elección y elección.
Si se busca algo positivo tan sólo se encontrará que el PP y el PSOE, o el PSOE y el PP siguen en cabeza de todos los sondeos, por encima de los casos judiciales y de los desastres naturales como el de Valencia, y que tanto uno como otro seguirán necesitado el apoyo de uno o de varios partidos para seguir en La Moncloa o para conquistarla. En ese tiempo, que puede prolongarse hasta la Primavera de 2017, las ocurrencias de protagonistas que van perdiendo relevancia con el paso de los días, como Carles Puigdemont y sus deseos de que Sánchez se someta de forma voluntaria a una moción de confianza, moverán a la risa si no fuera por los reiterados siete escaños que le dan a Junts esas mismas encuestas.