A partir de 1947 y tras no pocos años de vaivenes, nuevas iniciativas, idas o vueltas políticas y revueltas militares de mayor o menor entidad -incluidos dos primeros golpes de Estado-, el general sirio Hafez Al-Assad fue profundizando en la arena política del país
Llegó a encabezar el segundo de los mencionados golpes, aunque sería preciso otro tercer golpe -conocido como el “movimiento correctivo”- el 16 de noviembre de 1970, para que fuera impulsado al frente del Estado.
Con posterioridad al que sería el golpe de definitivo, Al-Assad fue elegido presidente de la República mediante amañado referéndum en 1971 y, gracias a él, permaneció en el poder hasta su muerte, en junio del año 2000 mientras mantuvo en la cárcel durante 23 años al derrocado presidente, Nureddin Al-Atasi.
Durante aquellas tres sangrientas y nefastas décadas, el país se fue cerrando sobre sí mismo dejando sus reducido países amigos o protectores a un pequeño núcleo, formado fundamentalmente por Rusia e Irán. Durante tal periodo no se dudó en imponer barbaridades como decretarse el estado de emergencia, se amordazó a la oposición y a la prensa y se prohibieron las manifestaciones públicas contra el Gobierno y sus políticas.
A la muerte del dictador, su hijo Bashar Al-Assad -medico oftalmólogo de apariencia tímida y mucho más sensible que su padre- llegó al poder mediante un referéndum, celebrado sin oposición, por lo que estableció una dictadura hereditaria tipo Corea del Norte al asumir los mismos poderes y políticas represivas de su padre.
Contrario a lo que se aparentaba, Bashar ha venido gobernando Siria con mano férrea durante 24 años y no ha titubeado en reprimir con violencia -usando hasta armas químicas en grandes cantidades- una revuelta político-democrática en 2011; revuelta que se transformó en una de las guerras más sangrientas y fratricidas del siglo, que llevó a la amenaza de intervención directa de Estados Unidos, y forzaron la aparición y el respaldo mundial de la Organización para la Armas Químicas (OPAC) por primera vez en un conflicto real y de importancia.
En cualquier caso, aquel hecho y otros de menor entidad que le han sucedido han venido a propiciar que Siria se haya convertido en un tablero militar donde las escaramuzas y las acciones militares de diversa entidad no han dejado de existir. Hecho este que se une a la variedad y complejidad de los pueblos de diversa procedencia y creencia que habitan Siria. Pueblos que tienen bastantes enemigos u apoyos internos y externos; lo que, sin duda, da lugar a muchas escaramuzas o enfrentamientos en el país.
Sus principales y casi únicos amigos y aliados regionales, guiados cada uno de ellos por diversos o diferentes intereses y razones políticas, religiosas o geoestratégicas (Rusia, Irán y Hezbolá) han venido manteniendo al régimen autocrático con respiración asistida durante muchos años, porque realmente ellos sacaban mayores beneficios de sus alianzas que los costos que les suponía. Siendo, además, una forma de poner en jaque a su enemigo común, EE. UU. y a los aliados de este en la zona, principalmente a Turquía y a Israel.
Apoyos que han venido siendo mermados grandemente hasta llegar a casi desaparecer por la evolución de los diferentes escenarios bélicos actuales (Ucrania y las reacciones israelíes a los ataques sobre su territorio). No hay ninguna duda que tales actividades de alta intensidad y prolongadas en el tiempo han originado un gran desgaste de todos y cada uno de ellos.
Es por tanto el momento de poner en valor el papel y el esfuerzo de todos los actores intervinientes en cada conflicto contra los amigos de Siria y es en este momento donde vuelve a aparecer el papel realizado por Turquía y Jordania en el desgaste de aquellos que soportaban inquebrantablemente a Al-Assad.
En medio de esta situación de debilidad militar del régimen o de falta de previsión real o como resultado de una nefasta inteligencia tanto por parte de Al-Assad como de sus principales apoyos externos -sin que casi nadie se diera cuenta- hace once días, el 27 de noviembre, empezó una fulgurante ofensiva llevada a cabo por unos casi desconocidos islamistas, que no tardó en conquistar varias ciudades del noroeste y centro del país, controladas por el régimen durante más de cincuenta años.
Rebeldes, liderados por ciertos islamistas capitaneados por un tal Hayat Tahrir Al-Sham (HTS) -terrorista cuya cabeza tiene un poco elevado precio por la CIA-, que hicieron caer las principales ciudades y posiciones militares sirias y el 8 de diciembre anunciaron y televisaron su entrada en Damasco, al mismo tiempo que Irán certificó que Bashar Al-Assad abandonó por avión el país, que dicho avión pronto dejó de lanzar su traza de transponder (localizador) mientras se apercibía un fuerte descenso de nivel para no volar a alta cota, y evitar con ello ser derribado.
A las horas de escribir este pequeño análisis-relato, el toque de queda impera sobre Damasco y realmente es muy incierto el futuro del país, así como la entidad y calidad de las represiones que sin duda se puedan llevar a cabo, aunque hoy la mayoría de los sirios aparezcan en las calles de las grandes ciudades rebosantes de alegría, porque estos casi desconocidos islamistas no tienen muy buena fama que digamos y algunos expertos incluso opinan que sus reacciones pueden ser mucho más severas que las llevadas a cabo sobre la población civil en Afganistán tras su forzada liberación de la protección norteamericana y de la OTAN.
No es todavía el momento para analizar con profundidad y llegar a conclusiones válidas que nos permitan descubrir las causas de tan fulgurante derrota; si ha podido ser debido a la mala preparación de las fuerzas regulares, por su agotamiento debido al cansancio de combatir tantos años en malas condiciones, por la escasa capacidad militar real de las fuerzas regulares sirias, por la falta de una adecuada inteligencia o que finalmente se les haya vendido por Rusia y/o Irán a un mejor o menos exigente postor.
El tiempo nos dará la solución, pero sí queda claro que parece imposible que una fuerza, casi chusma, sin cuantificar de momento, dotada con un escaso o mal armamento de pequeño calibre y alcance, sin aviación, artillería ni carros de combate en cierto número haya sido capaz de tomar la correosa y combatiente Siria en tan solo once días.
No obstante y puede que sea solo una casualidad, creo que no hay que descartar la posible influencia de Trump en la sombra para favorecer o catalizar la desaparición de los tradicionales apoyos a Al-Assad -para evitar males mayores de cara el futuro- al decir que no quería intervenir en el conflicto, que les dejaba a su suerte, mientras apoyaba en París a Zelenski -en la reapertura de Notre Dame-, mientras lucía una aparatosa corbata de color amarillo (casualmente el color de los rebeldes yihadistas, amos actuales de Siria), cuando generalmente las usa de tonos rojos.
De ser así, podría ser una nueva forma de intervenir en los conflictos o de favorecer su cierre al precio que sea, usando como herramienta la antítesis del Cid Campeador para ganar las batallas sin intervenir en ellas, antes de estar en su puesto, mientras el otro las ganaba, después de muerto.
En cualquier caso, habrá que estar muy expectante al desarrollo de los acontecimientos inmediatos, porque, sin lugar a duda, todos buscarán recolocarse y para algunos no será nada fácil y Europa con su Mediterráneo puede sufrir graves consecuencias o salpicaduras por disturbios o migraciones masivas.