Continúa habiendo muchas más preguntas que respuestas sobre como condicionará el año la Administración norteamericana entrante y, a falta de hechos, abundan los análisis y las distintas visiones sobre aranceles, inmigración, y política fiscal. Sobre Europa, los análisis tienden al pesimismo, y si acaso los que lo son menos, se basan en que es poco más lo puede pasar para que la situación evolucione a peor, y que por tanto las sorpresas, si las hubiese, habrían de ser positivas.
Una energía más barata, la reconstrucción de Ucrania, una política fiscal más laxa en Alemania y el elevado nivel de ahorro que mantienen los europeos frente a los estándares históricos, apoyarían la visión menos pesimista, sobre todo si el BCE ajusta de forma más intensa los tipos de interés para llevarlos por debajo del teórico nivel neutral del 2%, decantándose por estimular el crecimiento y aliviando de paso la carga de intereses que han de soportar los gobiernos de la eurozona.
CAMBIOS EN CHINA
Las expectativas de nuevos recortes en los tipos de interés también forman parte de aquellos análisis que esperan un comportamiento más dinámico de China. En las crónicas de los primeros días del año, se hace referencia a la inmediatez de un cambio en la gestión de la política monetaria, que pasaría a centrarse en un tipo de referencia de corto plazo siguiendo el modelo de la FED y del BCE, abandonando su actual compleja política de multitud de tipos que atienden a objetivos cuantitativos de crecimiento del crédito en sectores concretos. Como reflejo de estos cambios, que nos remiten en sus primeros pasos a septiembre, el Banco Mundial anunciaba a final de año la revisión al alza de su pronóstico de crecimiento para China en 2025 en un 0.4%, hasta el 4.5%.
¿DEMOCRACIA “BRO”? ¡JA!
Pero al margen del sentimiento puntual de inversores y analistas, susceptible de ajustes conforme los líderes políticos concreten sus propuestas, conviene recordar que hace un año, 2024 se presentaba como el año electoral por excelencia, con más de 70 países afrontando procesos electorales y que habría de ilustrarnos sobre el estado del clima social y político de cerca de la mitad de la población mundial.
¿Qué queda como resultado? El diagnóstico no es positivo. Solo en los países desarrollados, los partidos en el poder perdieron como promedio siete puntos porcentuales de apoyo, un récord histórico, y más del doble del apoyo que perdieron como consecuencia de la Gran Recesión. Los votantes castigaron especialmente las propuestas políticas tradicionales de centro izquierda y derecha, inclinándose globalmente por dar su apoyo a partidos populistas de ultraizquierda y ultraderecha, con un sesgo más marcado hacia los extremos entre las generaciones más jóvenes.
Las causas específicas de cada país desempeñan un papel importante, pero inflación, estancamiento económico, redes sociales y sobre todo una visión del desarrollo como un juego de suma cero, nos descubre que la satisfacción con la democracia cae con fuerza entre las nuevas generaciones. Sin duda eso marcará con bastante más fuerza que la cambiante opinión de analistas e inversores el devenir de la economía mundial en lo sucesivo. Australia, Canadá, Alemania y Noruega servirán de nueva prueba en 2025, pero los sondeos, en todos los casos, van por dirección idéntica.