En el Madrid urbanístico del fútbol, el presidente Florentino presenta en sociedad el futuro Bernabéu, que es como una tarta de queso hecha por alemanes dispuesta a comerse un buen pedazo del paseo de la Castellana, gracias a uno de esos procesos de mudanza
Las dos, tres o cuatro personas que lo han hecho posible están este de fin de semana partidista a Valladolid, ciudad que pudo quedarse de capital del Reino tras llegar al trono Carlos I allá por el año 1600, y que se ha quedado de recinto fortificado del PP desde hace casi 30 años como se ha encargado de recordar su alcalde en el inicio de la Convención popular. Son la Brigada Ligera de Esperanza Aguirre, doscientos representantes del Partido Popular de Madrid que quieren representar la fuerza interna de la organización con su presidenta y su presidente y sus alcaldes como punta de lanza de una disidencia interna muy medida y muy organizada.
Aguirre, al igual que Ignacio González y Ana Botella van a defender su futuro, sus poderes, sus puestos en las listas electorales o sus destinos diplomáticos en alguna capital de muchas campanillas. Saben que lo tienen difícil, que aún no es llegado el momento de poner toda la carne en el asador de las presiones, pero con todo el conocimiento que atesoran tras toda una vida en la política, saben también que las batallas serán varias y que la guerra no se decide hasta el último de los combates. Primero está el posicionamiento frente a la dirección nacional, luego vendrán las distintas y encontradas ambiciones, que de Europa en mayo se sacaran muchas enseñanzas.
El poder del PP en la Comunidad de Madrid es tan grande que sólo un tsunami puede llevarle a la oposición. Ese " golpe de mar" es ahora posible tras los sucesivos desastres olímpicos, de juego, de sanidad y financieros. En 2015 el PSOE no parece preparado para ganar pero Tomás Gómez puede encontrarse con el regalo esperado de la pérdida de la mayoría absoluta de los populares en la región y en muchos Ayuntamientos. Sería su oportunidad, siempre dependiendo de lo que obtengan y hagan con sus representantes Izquierda Unida y UPyD, esa sombra alargada de un tripartito que podría servir de banco de pruebas para el día después de las elecciones generales en las que será Mariano Rajoy el que se ponga a prueba.
En Valladolid se ha mencionado mucho a José Maria Aznar y a Jaime Mayor Oreja, y hasta un poco a los fugados que encabezan Vidal Quadras y María SanGil. La unidad es el santo y seña con el aborto escondido hasta que pasen los idus de mayo. Los nombres van y vienen pero es casi seguro que Rajoy se va a volver el domingo a Madrid con el cuaderno bajo el brazo y sin que le saquen quien va a encabezar la lista para Estrasburgo. Cospedal va a triunfar como organizadora, dejando a su máxima rival interna, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, en un segundo plano.
La Convención sirve de escenario hasta para confesiones de ultratumba, últimos deseos de Manuel Fraga para el doble presidente que Carlos Argos saca a relucir desde su papel de notario de últimas voluntades. Lugar de despedidas de presidentes que quieren sentarse en Europa, cansados de ganar elecciones y de administrar disgustos en los últimos años, como el murciano Valcárcel. De crisis de gobierno se habla pero fuera de la tribuna que para eso están los pasillos y la cafetería.
En Nueva York, mientras tanto, bajo la nieve y un frío que se mete por cualquier costura, cambiaron a un alcalde financiero, rico y mediático por uno multicolor, Bill de Blasio, al que en quince días ya le han criticado por comer pizza con cuchillo y tenedor. También quieren matar a los cisnes que corretean por Central Park y no dejan que otras especies animales tengan mejor futuro. Aquí, en la capital castellano leonesa, los cisnes llevan batas blancas camino de Madrid, esa otra capital en la que, en el Madrid Fusión, se come con las manos y el frío se combate con optimismo doctrinal. Somos distintos.