Aunque un acuerdo formal parece imposible, las amenazas arancelarias de Trump podrían tener en última instancia un efecto similar al Acuerdo Plaza de 1985 al forzar políticas expansivas en China y Europa.
Tenemos una administración norteamericana que desea explícitamente reequlibrar la economía mundial. El secretario del Tesoro dice que estamos a punto de un realineamiento de Bretton Woods, haciendo referencia a la Conferencia que diseñó el marco económico que habría de seguir tras finalizar la Segunda Guerra Mundial.
No se trata aquí de hacer comparaciones, pero aquello era otro nivel. No es imaginable ninguna editorial de la época que titulase como hace esta semana The Economist, y lo hace así: “El fin del orden posterior a 1945”. Donald Trump ha iniciado una lucha mafiosa por el poder global.
La concepción de esta administración es que el comercio internacional tiene muchos defectos y su manifestación son las posiciones bilaterales por cuenta corriente y su presunción de que los déficits son intrínsicamente malos, o que tener superavit es una medida de éxito.
Ni siquiera puede contar a favor en esta interpretación con las corrientes de pensamiento económico que tienen distintas aproximaciones en cuanto a qué significan los desequilibrios por cuenta corriente en un mundo tan integrado y particularmente en una economía que dispone de la divisa mundial de reserva.
En lo que si coinciden todos los economistas es en lo que significa un déficit por cuenta corriente en Estados Unidos y es que los extranjeros compran más activos norteamericanos que los activos extranjeros que son adquiridos por los estadounidenses.
Otra interpretación del mismo hecho contable es que cuando un país tiene déficit corriente sed debe a que invierte más de lo que ahorra, de modo que precisa traer ahorro del resto del mundo. Sin que pueda hablarse de una homogeneidad de pensamiento, la opinión dominante en la Administración norteamericana es que países como Alemania o China han desplegado políticas diseñadas para generar grandes superávits con políticas de producción de excedentes para vender en Estados Unidos y haciendo uso de políticas cambiarias favorables, ya sea un tipo de cambio fijo y controlado como China o un euro débil como Alemania.
Por si fuera poco, el exceso de ahorro que eso les genera vuelve a Estados Unidos, de modo que la percepción cambiaria que genera el superavit se esteriliza mediante la posterior adquisición de títulos en dólares consiguiendo así mantener la debilidad cambiaria. Añadamos subvenciones a la exportación, contención salarial o austeridad fiscal.
Por si también fura poco, los flujos que llegan a Estados Unidos empujan a la baja sus tipos de interés favoreciendo indirectamente la formación de burbujas crediticias.
Pues bien, esto es lo que denuncian y buscarán desmontar. Hay un precedente, que fue el Acuerdo Plaza de 1985 y que se tradujo en una intensa depreciación del dólar, aunque en el caso del Japón trajo cono consecuencia décadas de estancamiento económico.
La reformulación de Bretton Woods que querría el secretario del Tesoro norteamericano habría de incorporar un tipo de acuerdo semejante que se conocería como “Acuerdo de Mar-A-Lago”, en referencia a la residencia en Florida del actual presidente. Imposible de alcanzar mediante un pacto formal por las posiciones enfrentadas de las partes, la política arancelaria tendría por objeto, bien forzar esas negociaciones, o bien conseguir que las potencias con superávit redirijan esos excedentes que producen a otros destinos, forzando de este modo un cambio en la orientación de sus modelos económicos y consiguiendo en la práctica una apreciación de sus divisas frente al dólar. Sea cual sea la forma que revista, la consistencia entre la implicación alcista a corto plazo de los aranceles y el deseo de un dólar más débil, solo puede cuadrarse mediante una solución del tipo Mar-A-Lago.