"Mientras sigue incubándose la crisis tremenda que de un modo u otro conmoverá todos los pilares de la España que conocemos, a mí me toca ahora dar un paso atrás". No puedo decir que me sorprendió leer esto porque, de alguna forma, la crisis de nuestro país ha sido originada en buena medida a consecuencia de una crisis más ...
... profunda que la económica. Pero reconozco que leerlo en estos términos de la pluma de una de las personalidades más destacadas y, por lo tanto, mejor informadas del periodismo español en el momento en el que contra su voluntad deja la dirección de uno de los diarios de papel más importantes e influyentes, me causa impresión.
Cuando más o menos el mismo día, el líder de la oposición dice que las reformas que está llevando a cabo el actual gobierno pueden ser revertidas, tampoco me sorprendo, pero mi grado de inquietud acerca del futuro que espera a la sociedad española aumenta. ¿Por qué cuando parece que empieza a verse alguna luz tras los largos años de crisis y sufrimiento para la mayor parte de la sociedad española emergen indicios que nos hacen temer que la niebla esté lejos de despejarse? ¿Acaso es que el descenso de la marea de la parte más económica de la crisis nos deja expuesta ante los ojos la estructura deteriorada de una sociedad que no ha sido capaz a través de sus líderes políticos de refundarse a si misma, corrigiendo los errores generados por un sistema que se ha envilecido a consecuencia del rápido aumento de la riqueza?
A pesar de lo mucho que se ha sufrido y de lo que queda aún por sufrir, un observador económico que pretenda algo de imparcialidad no puede limitarse a alabar los progresos que algunos de los indicadores macroeconómicos están registrando que, sin duda, suponen una mejora relativa de la economía española en algunos de sus desequilibrios más graves, sino que tiene que validar su durabilidad y sus aspectos verdaderamente transformadores. Las complejas sociedades modernas no pueden ser gobernadas por una élite que en nombre de lo necesario subordina a esta necesidad el acuerdo de la mayor parte de la misma.
El ejemplo alemán, una sociedad que fue capaz de incorporar a una parte segregada a consecuencia de la guerra y que ha trabajado con el consenso entre sus principales fuerzas políticas para así transformar ese reto en una historia de éxito, es un caso envidiable de aprovechamiento de las herramientas políticas para generar riqueza y estabilidad para sus miembros.
En España, ni una sola de las reformas que se pretenden transformadoras ha contado en los últimos años con consenso político alguno, de modo que nada impide que puedan ser revertidas y como consecuencia, se instale en la sociedad una dinámica de construcción y destrucción que haga muy difícil salvar los retos políticos y económicos que restan por afrontar a la sociedad española.
Desequilibrios y ajustes
En cualquier economía, cuando se ha registrado un largo periodo de crecimiento se generan desequilibrios que precisan de ajustes y correcciones. Está en la naturaleza del sistema y es lo que conocemos como ciclos económicos, donde a periodos de expansión suceden periodos de crisis. Todos son distintos en duración e intensidad y dependiendo de cómo sean las fases de crecimiento, las crisis que ajustan los desequilibrios que provocan pueden ser más o menos cortas, más o menos violentas y más o menos destructivas o transformadoras.
La esencia de la democracia consiste en que sirve a la sociedad para encauzar esos periodos de ajuste de un modo no violento, de forma que la sociedad pueda resurgir tras el periodo de crisis habiendo transformado aquello que provocó su caída. Paradójicamente, la España que surge de la dictadura es capaz de concebir y dar forma a las instituciones que han de servir a ese propósito transformador y, al mismo tiempo que lleva a cabo la reforma política, es capaz de consensuar la forma en la que salir de la crisis económica.
Fue una historia de éxito, y sin embargo ha sido ese éxito el que ha sido utilizado como argumento de anclaje de tal forma en la política española que, a pesar de haberse alternado gobiernos de uno y otro color político, nada ha querido ser cambiado desde entonces. De esta forma el deterioro de las instituciones y la falta de acuerdos políticos ha acabado por arrastrar al país a una situación en la que, a pesar de la mejora de algunos de sus indicadores económicos, muchos de sus ciudadanos se sienten excluidos y no representados, algo que cada vez se pone más de manifiesto en el decreciente porcentaje de la sociedad que es representado por los dos grandes partidos nacionales.
Demografía y productividad
Volviendo a la economía, que sin dejar de ser algo político tiene también elementos científicos, el crecimiento económico tiene en todos los tiempos, y también en este, un componente demográfico y un componente que llamamos productividad. Es la agregación de ambos lo que permite crecer a una economía. Lo puede hacer a través de un fuerte crecimiento de la población, pero también a través de preparar mejor a sus miembros. En ambos aspectos es por medio de la política cómo los dirigentes sociales establecen la forma en que se llevan a cabo las trasformaciones que afectan a la demografía y a la productividad.
Los casos de China con la política de hijo único o de Japón con su rechazo a la inmigración son ejemplo de influencia demográfica restrictiva. Los de países tan diferentes como Corea o Alemania son ejemplo de políticas orientadas a la productividad. España hace mucho tiempo que no consensúa una política que trate de lo uno o lo otro, y ha sido en la ausencia de políticas transformadoras de consenso en las que ha arraigado mejor la crisis, y es en esa amenaza de continuar esa ausencia de consenso en la que se basan muchos de los temores y dudas que hacen difícil concebir una salida clara para la encrucijada en la que se encuentra la sociedad española.
Ahora disfrutamos de una cálida racha de aire templado que a la sociedad nadie ha regalado y que tiene que ver, en gran medida, con el sacrificio a través del ajuste de salarios que ha deteriorado la capacidad de consumo de los españoles, pero que también ha servido para incrementar la competitividad de las empresas en el exterior. Pertenecer al euro ha evitado, de momento, que el país hubiese de afrontar una suspensión de pagos que hubiese deteriorado, todavía más, los sistemas de protección social que, a pesar de sostener formalmente su caparazón, han ido perdiendo contenido y su capacidad de reequilibrio conforme la crisis ha detraído recursos del sistema, ya sea a través de la destrucción de riqueza, o del sumergimiento de parte de la actividad económica.
Es precisamente aquí, donde para algunos radica la explicación de la relativa paz social con la que la sociedad española está superando la fase más dura de la crisis, pero que supone un germen de destrucción de la productividad al atacar los fundamentos en los que se ampara el desarrollo de las capacidades de la sociedad. ¿Cómo sustentar y financiar el sistema educativo, sanitario, la inversión y renovación de infraestructuras, el sistema de seguridad social? Pero pareciendo esto grave, ¿qué pasa cuando ni siquiera la sociedad puede consensuar temas tan nucleares para el crecimiento como son la educación, el modelo sanitario, el sistema de pensiones, el régimen fiscal o la organización territorial del Estado, y lo que hoy proponen y diseñan unos amenazan con cambiar los otros?
Ni siquiera sabe la sociedad lo que es posible con los menguados recursos disponibles y está por llegar el momento del debate de ideas previo a cualquier consenso respecto a qué tipo de políticas son nucleares y han de ser consensuadas para mejorar el potencial de crecimiento de la economía española.
Que nadie crea que con lo que la economía española ha podido mejorar en sus indicadores en los últimos meses y lo que esta mejora pueda dar de sí en los próximos, España va a poder hacer frente a los retos que la herencia de la crisis económica y política nos ha dejado. Si la sociedad española no es capaz de forzar a sus representantes políticos a una refundación de los deteriorados pilares que surgieron de la transición, entonces, efectivamente nuestra sociedad se verá pronto conmovida por esa crisis que lejos de diluirse sigue incubándose en España.