El oso ruso ha despertado de su hibernación como superpotencia que comenzó en 1989 tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética que se desmoronó más abruptamente de lo que hubiera sido deseable.
La transformación de la antigua Unión Soviética con Mijail Gorbachov hubiera sido más lenta pero más sólida y previsible.
Sin embargo, el populista Boris Yeltsin se hizo con el poder tras el golpe de estado que pilló a Gorbachov, precisamente, de vacaciones en Crimea en el verano de 1991. Una aparente democracia se abrió paso de la mano de un dirigente político como Boris Yeltsin, más dedicado a la diversión que al trabajo. El resultado fue una anarquía de poder desintegrado que sumergió a la poderosa Federación Rusa en una grave crisis institucional, económica y de identidad. Ahora, la obra de reconstrucción nacional con puño de hierro a cargo de un inflexible Vladimir Putin se pone a prueba con la situación en Ucrania.
El escenario de guerra fría es más que un elevado riesgo no solo para Europa, sino para todo el mundo por las consecuencias imprevisibles de un enfrentamiento bélico como culminación de un cúmulo de despropósitos políticos. Todas las partes han apostado fuerte y cada una tiene sus cartas, entre las que es difícil encontrar la de la legalidad democrática y la legitimidad política. Es más una partida de hechos consumados con órdagos que parecen ganadores.
Rusia ha invadido militarmente, en tiempo récord y sin alardes propagandísticos, la península ucraniana de Crimea para proteger, dice, los intereses de la mayoría de los ciudadanos prorusos de la región que no están de acuerdo con los cambios políticos registrados en Kiev tras la revuelta de la plaza del Maidan que ha conseguido destituir al presidente Viktor Yanukóvich a través de decisiones muy cuestionables, en tiempo y forma, de un parlamento con un quórum muy discutible. No se respetaron los acuerdos del viernes 21 de febrero firmados por el presidente Yaunkóvich (dictador impresentable pero elegido democráticamente) y los partidos de la oposición, con el refrendo del Maidan y la mediación de los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania, Francia y Polonia. Ahora, no se respeta la soberanía ucraniana en Crimea. Solo las graves consecuencias económicas, para unos y otros, nos pueden librar de la guerra.