Escucho un clamor, procedente de varios sectores, contra la ministra de Sanidad. "Ana Mato, dimisión". Aparentemente, por su gestión en el caso de ébola confirmado ya en España, aunque, a la hora de escribir este comentario, podría haber alguno más, aún sin confirmar.
Una nube de expertos 'ebólogos' se asoma a los medios para certificar que ni los trajes antiinfecciosos cumplían los requisitos que se exigen en Estados Unidos, ni se siguió el protocolo más idóneo que adoptan otras naciones europeas. Así que, en resumen, Mato dimisión. Además, lo piden las redes sociales, esas que se inflaman siempre en busca de lograr un 'trendig topic', y no una solución.
No soy un 'fan' de Ana Mato. Creo que no ha logrado vestir el cargo correspondiente a un ministro del Reino de España. Pero, en este cuarto de hora, no entiendo en qué nos beneficiaría, en qué beneficiaría a la recuperación de la heroica enfermera contagiada, que la titular de Sanidad, precisamente ahora, abandonara el puesto. Más confusión. Más descoordinación. Menos eficacia.
España es una nación en la que se registra acaso uno de los menores números de dimisiones de altos cargos del mundo. De lo que sí estoy seguro es de que estamos en el país donde se registra un mayor número de peticiones de dimisión de todo el planeta. Como si esa fuera la solución.
No estoy seguro de que Gobierno alguno en Europa o América -de lo demás, ya ni hablamos-pueda garantizar que en su territorio nacional no se va a producir un solo caso de ébola. E, ignorante sobre el particular como soy -y como lo es la mayoría de quienes, desde posiciones médicas, políticas o mediáticas, pontifican sobre el tema--, tampoco estoy seguro de poder afirmar que ha habido errores concretos en la tramitación de este sensible asunto. Cierto: la ministra no logró tranquilizar a la opinión pública, previamente intranquilizada por comentarios dislocados y en algún caso irresponsables. Pero ya he dicho que las carencias venían, en todo caso, de antes.
Nada nuevo bajo el sol: también con las vacas locas, con el sida, con los benzopirenos, con la gripe aviar y ya no recuerdo con cuántas cosas más, la primera solución que a algunos se les antojaba era siempre la misma: que dimita el/la ministr@. Y la culpa, en términos más genéricos, la tenían siempre los representantes del partido de enfrente. O sea, lo mismo que ahora.