Así vivimos, envueltos en el pánico. Cada uno de nosotros tenemos nuestro pánico personal, íntimo e intransferible y eso hay que asumirlo. Forma parte de la vida transitar siempre con un punto de ansiedad, de temor y preocupación. Pero todo se socializa y ahora es la sociedad misma...
... -- salvo excepciones que siempre las habrá-- la que vive de pánico en pánico.
El ébola, cuando nos ha tocado, se ha convertido en un problema de Estado. Para nosotros, para el conjunto de Europa y desde luego para Estados Unidos en donde pese a su categoría de país líder en materia médica se han cometido errores de apreciación bien parecidos a los vividos en nuestro país. Es obvio que el virus, todos los virus, tienen una capacidad espectacular para traspasar fronteras, protocolos, incluso medicamentos y desde que surgen hasta que se les logra domesticar pasan muchos años. Buena prueba de ello es el SIDA. ¿Cuantos muertos produjo?. ¿Cuantos años han tenido que transcurrir para que deje de ser mortal?.
Es natural que pese a la mucha información que se nos suministra exista un punto de miedo, pero lo que ya resulta casi enfermizo es que se estigmatice a personas que, por sus circunstancias profesionales, viven cerca del ébola. Ha ocurrido con algún niño y ahora los facultativos que de manera voluntaria, atienden a Teresa Romero piden que no se les vea como un peligro público. ¿Peligro público?. !!Hasta ahí se podía llegar!!. Yo diría que son héroes a los que se les debería hacer llegar toda nuestra solidaridad, apoyo y admiración. El miedo se puede entender y controlar, pero cuando se entra en pánico la sociedad se perturba, se aloca y es capaz de arramblar con lo que se le ponga por delante.
El pánico parece que ha llegado también al mundo de dinero que como bien se sabe, además de no tener patria, es el invento, el dinero, más miedoso que existe. A las primeras de cambio se agazapa, se escapa. Huye. Y ahí estamos, con el virus del ébola rondando en España y en Europa y con las bolsas de capa caída porque se teme una nueva recesión. Francia e Italia se han convertido en economías amenazantes y Grecia, pese a los dos rescates, podría solicitar una quita a su enorme deuda y para colmo Alemania ya no es la locomotora que era. Nosotros podemos crecer, pero si a nuestro alrededor, al igual que ocurre con el ébola, no crecen, no se hacen más fuertes, nosotros también nos debilitaremos.
Dejo para los economistas las explicaciones últimas del pánico detectado en las bolsas, pero soy de las que piensa que el dinero es sensible también a acontecimientos ajenos a la propia economía pura y dura. El dinero, como nosotros, tiene miedo al ébola porque las compañías aéreas pueden verse afectadas, tiene miedo al IS porque, además de las atrocidades ya conocidas, puede conllevar un nuevo orden internacional, porque se vuelve a gastar en armamentos ni el mismísimo Obama sabe que hacer consigo mismo.
Son tiempos de ingentes incertidumbres, de sibilinas amenazas y precisamente por ello deberían ser tiempos de responsabilidad, de voluntad de sobreponerse a todo aquello que nos inquieta y de civilizada exigencia de eficacia, honradez y entrega a todos nuestros responsables políticos que desde el pasado viernes han dando un volantazo a su primera puesta en escena. Sólo falta que se tomen algunas decisiones aunque cuesten como, por ejemplo, que el consejero de Sanidad de Madrid de un paso atrás y se vaya o bien Ignacio González le cese, que Ana Mato y Rajoy mantengan una larga conversación, que Arturo Fernández no dimita en diferido y que Rodrigo Rato, un icono del PP, facilite la tarea a su partido apartándose cautelarmente de la militancia. Dar un paso atrás en el momento justo es todo un avance.