No hay tregua para el Partido Popular. Sus máximos dirigentes, por mucho que quieran mantener el temple, tienen la sonrisa helada. Sus diputados hablan solos con tanta sorpresa y los militantes aseguran que "ya no nos cabe un titular más". La preocupación en los pasillos de Génova es máxima.
Reconocen que "lo de Rato nos ha hecho muchísimo daño" y no salen de su asombro ante la decisión del juez Ruz en torno a Angel Acebes. No entienden que después de año y medio, cuando todo hacía pensar que podía ser llamado como testigo, se convierta ahora en imputado como consecuencia de lo que en Derecho se califica como "testimonio de referencia". Ha sido suficiente que Alvaro Lapuerta presuntamente le dijera a Bárcenas que Acebes había dado el visto bueno para la compra de acciones de Libertad Digital para que el juez le impute. Y ya se sabe que en esta España nuestra, la imputación, que es una figura garantista, se convierte casi de inmediato en un estigma. El imputado se convierte en el imaginario colectivo en presunto culpable. En el PP se tiene la convicción de que "Angel va a salir tan limpio como va a entrar". Será su comparecencia ante el juez un "palabra contra palabra".
Pero la opinión pública no entiende, ni tiene por qué, de sutilezas jurídicas y la gente está enfadada. Tan enfadada que por encima de cualquier otra consideración se está imponiendo una especie de "justicia popular" según la cual todos aquellos que aparezcan en un titular tienen que ir a la cárcel. Y esto vale para todos, con independencia de las siglas en las que milite. Lo que cuenta son los titulares de prensa y realmente las portadas de los periódicos sólo invitan al desánimo y alientan el sentimiento de horfandad política y social. Da la sensación de que todo cae como un castillo de naipes. Todo se cae, menos Pablo Iglesias que sin mover un dedo, sin gastarse un euro, sin hacer declaración alguna tiene la campaña hecha.
Desde que Bárcenas entró en la cárcel, el PP ha iniciado un antes y un después. De ser un partido movilizado y entusiasmado se está convirtiendo poco a poco en un partido atenazado por parte de los suyos y como es lógico en estos casos, centro de atención de la Oposición, que de nuevo pone todas sus miradas en Mariano Rajoy. La oposición ni quiere ni le interesa que Aznar hable, como a algunos del PP les gustaría "aunque fuera por una pizca de solidaridad". No. Aznar, a estos efectos, ya no cuenta y entre unos y otros están preparando otro primero de Agosto para el Presidente del Gobierno. El PP va a hacer de cortafuegos, pero si las municipales les dan algún disgusto, que se lo van a dar, que a nadie le sorprenda que desde dentro se inicien movimientos similares a los que se vivieron en las vísperas del famoso e inolvidable Congreso de Valencia.
Como cualquier hipótesis, al igual que ocurre con la imaginación, se ve superada por la realidad, mejor esperar a ver la marcha de los acontecimientos que ya conocemos y los que puedan ir surgiendo pero si algo es seguro es que no hay ni habrá tregua para el Partido Popular que en pleno periodo preelectoral esta viviendo horas, jornadas más que amargas. No es necesario realizar una amplia encuesta para detectar el estado de ánimo. Basta con hablar con unos cuantos y observar los rostros de casi todos, incluido el de Rajoy que si bien ha dado muestras de temple, en estos días su gesto no es el que era. Fíjense bien y pongan atención en un hecho: sólo el rostro de Soraya Sáenz de Santamaría, la mujer más poderosa que nunca ha habido en España, es el mismo de siempre.