Horas, solo horas, le quedan a Pedro Sánchez para anunciar que ha llegado a un acuerdo, a cualquier acuerdo, al que poder someter al veredicto de su militancia ya este viernes. Por eso acentúa los telefonazos, los contactos más o menos reservados –no precisamente mediante ...
... el transparente streaming, como él había anunciado— y crecen los nervios en esa militancia; lo sé porque más de un amigo me ha llamado, creyendo –falsamente-- que el periodista sabe más que el resto de los mortales, para preguntarme ‘oye, ¿tú sabes lo que nos va a consultar Pedro?’ A todos les he respondido que probablemente Pedro ignora lo que les va a preguntar Sánchez, o que Sánchez no tiene gran idea acerca de lo que Pedro vaya a consultar a los afiliados que quieran responderle, que no creo que sean todos, ni mucho menos. Así anda ahora el doctor Pedro Jekyll, susurrando mensajes de concordia al ‘novio y el yerno deseado’, Albert Rivera, tan formal, mientras míster Sánchez Hyde dice cortejar al ‘chico malo’, pero simpático,
Pablo Iglesias. A ver si colecciona los ‘síes’ suficientes, aunque en principio, el novio ideal y el ‘chico malo’, sean incompatibles, como para presentarse a la boda-investidura dentro de poco más de una semana, previo permiso paterno de los militantes. Menudo lío, que diría ese personaje que ha sido expresamente excluido de la lista de convidados a la boda.
En todo caso, Sánchez convocó este martes precipitadamente a los chicos de la prensa para darles a entender que sí, que aceptaba en principio todas las condiciones que
Rivera había expuesto, también ante la prensa-interlocutora, para poder pactar. Así que atención porque este miércoles podría –podría- ser la jornada en la que se produce un pacto de centro-centro izquierda frente a la posibilidad de otro centro izquierda-izquierda. Ya veremos, en todo caso, porque ni uno ni otro dan la confortable mayoría suficiente como para instalarse en el principal despacho de La Moncloa.
Eso sí, reuniones que no falten. Los viejos del lugar recordamos aquellos encuentros, semiclandestinos y semipúblicos, de la llamada Platajunta, allá por 1976 –cuarenta años ya--, en los que se intentaba articular a las fuerzas de la izquierda para encauzar el proceso de transición a la democracia. En aquellos encuentros de la Plataforma de Organizaciones Democráticas (aquel era el nombre oficial de la unión de las dos plataformas de la oposición, la socialista y la comunista) participaban socialistas, comunistas de diversa denominación, trotskistas, prochinos y hasta carlistas ‘de izquierda’, que trataban, junto con democristianos de variado pelaje, republicanos ‘soi dissant’ de derechas, liberales monárquicos y socialdemócratas de no menos pintorescas procedencias, de establecer un diálogo con los franquistas ‘azules arrepentidos’ para llegar a un sistema de libertades.
Si tengo que decir la verdad, no me consta que todos aquellos aquelarres, a los que los periodistas entonces, ay, tan jóvenes asistíamos con entusiasmo desde los observatorios que nos permitían tener –a veces escuchábamos por las paredes armados con un vaso vacío, tratando de oir lo que los próceres decían dentro—, sirviesen jamás de gran cosa. La transición, conviene decirlo ahora que la estamos revisando, se hizo desde la UCD liberal-democristiana-azul-socialdemócrata de
Adolfo Suárez, fundamentalmente, a través de los acuerdos entre
Martín Villa y el superclandestino PCE de
Santiago Carrillo, a los que se unirían luego los entonces muy poco visibles socialistas. Pero reconozco que, pese a su escasa utilidad, todo aquello animaba mucho el panorama y alimentaba los egos de muchos de aquellos ‘troskos’, maoístas y carlistones que luego se veían reflejados en los periódicos casi en plano de igualdad con el inquilino de La Moncloa (que en aquella época aún era Castellana, 3).
Cuando veo hoy a esos representantes de la izquierda variada –algo como Podemos hubiese resultado inimaginable entonces—reunirse, alborozados, en los salones del Congreso de los Diputados no puedo evitar rememorar a aquella Platajunta, donde tantas horas se consumían en una pura actividad verbal, no siempre del todo pacífica, en conspiraciones que siempre salían mal y, eso sí, en criticar de manera unánime al Gobierno. A ese Gobierno, el de Suárez, que fue el que, en realidad, hizo el cambio y los acabaría uniendo a todos en ese cambio, aunque ello no se hiciese sin protestas y sin gritos de que ‘jamás’ fulano pactaría con mengano, y ninguno de los dos con zutano. O sea, olvidando la tan repetida estos días frase de Romanones: “en política, cuando digo jamás quiero decir hasta esta misma tarde”.
No sé, amable lector/a si todo esto que le cuento, en plan abuelo Cebolleta, le suena a algo de lo que estamos viviendo. Lo malo es que aquí la Historia no es algo que sirve para no repetirla, sino, bien al contrario, para volver a caer siempre en lo mismo, tropezando en las mismas piedras con distintos collares. Y aquella historia fue mejor: en aquellos tiempos predominaban una cierta generosidad política y un deseo de construir un país más libre que el que
Franco nos había dejado, cosas que no sé si ahora están sobre el tapete negociador. Así que vuelvo al comienzo: tic, tac, tic, tac…¿qué diablos van a anunciar Pedro Jekyll y Sánchez Hyde a sus militantes dentro de cada vez menos horas? Y luego dicen que la política es aburrida…