Jueves 19 de mayo de 2016
Le doy mi palabra de que para nada me escandaliza el hecho de que Arnaldo Otegi, quizá candidato futuro a lehendakari vasco (oh, Dios mío), haya sido invitado a disertar sobre la paz en la comisión de Exteriores del Parlament catalán, tan sectariamente presidido y del que los independentistas se han hecho los amos y señores. Sé que se invita al ex etarra en calidad de pesadilla para el Estado español, no por el interés que pueda tener su discurso. Otegi es ya un hombre libre, ha purgado sus culpas con bastantes años de cárcel -incluso puedo admitir que se excedieron en el rigor con el que fue tratado en esta última etapa- y se muestra conciliador: ETA, en efecto, ha muerto, aunque algunos no quieran admitirlo. Cosa muy diferente es, claro, convertir a Otegi en una especie de parlamentario de honor, en conferenciante emérito en instancias europeas y en ocupante de atriles en sede parlamentaria, que es donde reside, o debería residir, la pureza de la democracia.
De ninguna manera, insisto, demonizaría a este Otegi al que, por supuesto, tampoco estoy por calificarle como hombre de paz o como víctima de la presión de un Estado injusto, como el Nelson Mandela con el que se le quiere comparar. Ni este Estado es injusto, ni él es Mandela, ni ha mostrado la contricción suficiente, incluyendo actos de ruptura total con su pasado sangriento, para considerarle precisamente candidato al premio Nobel de la Paz, ni mucho menos.
Es en la ruptura de la normalidad donde se produce el escándalo, y no es normal que alguien como Otegi, que representa también lo que representó durante la larga pesadilla, se encarame a púlpitos que deberían estar destinados a otras cosas. Como no es normal que alguien como Joseba Urrusolo Sistiaga, que ha alcanzado la libertad tras haber sido condenado a casi medio millar de años de prisión por haber participado en 16 asesinatos y dos secuestros, sea ahora entrevistado como otro héroe de la paz en alguno de los medios más influyentes e importantes de España.
Claro que respetaré siempre que Otegi y Urrusolo puedan pasear libremente por las calles de Euskadi (algo que no podrán hacer sus víctimas), si los tribunales, en los que creo, se lo conceden. Pero que a alguien como Urrusolo, que, junto con 'La tigresa', esa demente llamada Idoia López Riaño, recorrió España regándola con sangre inocente, que a alguien como Otegi, que tanto dolor provocó en tantos, sean loados como ejemplo de reinserción, me produce no poco espanto. Me alegro del arrepentimiento de todos los citados; pero un asesino arrepentido sigue siendo, por los efectos irreversibles que provocó, un asesino. ¿No estaremos trastocando los valores propiciando ‘puestas de largo’ de quienes nada merecen?
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