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Los líderes de los dos grandes partidos mantienen a sus formaciones en el mismo error: para ganar y gobernar hay que destruir al adversario y aliarse con quien no se quiere. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo trabajan a corto plazo, uno frente a otro, sin ganas de buscar ningún acuerdo, empleando a los más duros de entre los suyos como arietes contra el llamado enemigo, que no adversario.
Primer círculo, el de Pedro Sánchez, formado por su equipo de confianza, desde Felix Bolaños, que sigue subiendo en la escalera del poder, hasta José Manuel Albares, que permanece impasible el ademán como ojeador de la política exterior. Por medio, María Jesús Montero, que se convierte en vicepresidenta pero con las riendas de Hacienda en sus manos, y Teresa Ribera, que sigue siendo la amiga invisible pero muy cercana. En ese círculo entran, por méritos propios y conocedores privilegiados de sus respectivos ámbitos durante los últimos cuatro años, Margarita Robles, Fernando Grande-Marlasca y Luís Planas.
Tenía siete años cuando en la televisión pública apareció la inquieta, laboriosa y divertida abeja Maya junto a su inseparable zángano Willie, el saltamontes Flip y hasta la malvada araña Teka. La serie que congregaba a los niños españoles ante la televisión la habían creado en Japón tres años antes, y tenía como fuente un libro escrito por el alemán Waldemar Bonsels en 1952. Fue un éxito con la voz de Matilde Vilariño como Maya y la banda sonora del checo Karel Svoboda. Una letra sencilla en la canción: el país era multicolor, élla, Maya, había nacido bajo el sol, era famosa en el lugar, volaba sin cesar y no había problema que no solucionara.
Dos días de debate, una votación y 179 votos a favor y 171 en contra. Pedro Sánchez ya es presidente de nuevo pese a que su partido, el PSOE, sólo tenga 121 escaños en el Congreso. Un éxito que lleva repitiendo desde junio de 2018 cuando ganó la moción de censura contra Mariano Rajoy. No ha habido sorpresas. Ninguna. Lo previsto desde el resultado final de las elecciones generales del 23 de julio. “Cada mochuelo a su olivo”, por usar uno de esos refranes más populares. Cada dirigente que ha intervenido ha defendido sus intereses, mirando hacia el interior de sus casas.
Podrían unos y otros, la derecha y la izquierda y, por supuesto, los independentistas que quieren separarse de la España en la que llevan viviendo más de quinientos años, con más o menos reconocimientos a su singularidad política, social, económica y cultural, leer el número 53 de “La Gaceta de Madrid” delo 22 de febrero de 1936. En ella aparece el Decreto Ley que firman el presidente Niceto Alcalá Zamora y el primer ministro Manuel Azaña tras las elecciones que se habían celebrado el 16 de febrero, apenas cinco semanas después de haber sido disueltas las anteriores Cortes. De los 473 diputados, el Frente Popular Obtuvo 263 mientras el Frente Nacional Contrarevolucionario lograba 156. El centro y los nacionalistas se quedaron con los n54 restantes.
Diez años más tarde y tras atacar a la entonces número dos del Partido Popular por sus explicaciones sobre los pagos al tesorero Barcenas, el PSOE de Pedro Sánchez, con Santos Cerdán y Felix Bolaños como signatarios, ha firmado seis divorcios en diferido con sus socios de investidura. Los llamados acuerdos son, en realidad, divorcios retrasados en el tiempo y con un alto costa para el futuro Gobierno, para las arcas del Estado y para la propia estructura territorial del mismo.
Puede que en unas horas o unos días Carles Puigdemont consiga que Pedro Sánchez le haga saber a su enviado especial y secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, que debe firmar lo que el ex presidente de la Generalitat y huido de lujo en Waterloo le ponga sobre la mesa. El presidente en funciones puede que consiga esos siete votos que necesita en el Congreso para mantenerse al frente del Gobierno, pero será tan sólo uno de los seis contratos, de mayor o menor enjundia que debe firmar para conseguir su investidura iniciar una Legislatura que resultará inútil por estar muerta.
Demasiada adulación a la Princesa de Asturias en su jura de la Constitución por parte de casi todos los medios de comunicación, con las televisiones cargadas de almibar a la carta en cabeza. Flaco favor le han hecho y le van a seguir haciendo todos los que forma machacona ensalzan su belleza y sus dotes para reinar. Lo primero es visible, para lo segundo habrá que esperar. Le van a impedir comprobar en primera persona la realidad política y social de España, que no es la de los 600 congresistas y senadores que ocuparon el Hemiciclo y le brindaron cuatro minutos de aplausos. Es otra bastante distinta. La clase política se ha alejado de los ciudadanos y éstos se han alejado de las instituciones, también de la Monarquía.
El sábado, Pedro Sánchez conseguía el apoyo total del Comité Federal del PSOE para “ en nombre de España” aprobar una amnistía para todos los condenados por los hechos ocurridos el uno de octubre de 2017 en Cataluña. El domingo en Málaga, Alberto Núñez Feijóo reunía a varios miles de personas en nombre de España, en contra de esa misma amnistía. Lo mismo que hacía en Madrid Santiago Abascal, también en nombre de España. En apenas tres meses nuestro país se ha convertido en “ La Malquerida “ que escribió Jacinto Benavente nueve años antes de que le dieran el Premio Nobel.
La representación oficial del pacto entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz tenía mucho de teatral y poco de política. Pensar que el líder del PSOE y presidente en funciones y la líder de Sumar ( que no de Podemos ) y vicepresidenta empeñada en que cada una de sus intervenciones públicas trasladen más a sus oyentes sus evidentes carencias formativas, iban a avanzar en el laborioso pacto de investidura que debería celebrarse a mediados de noviembre, era y sigue siendo una pesadilla en la que, en el centro de la misma, aparecen cogidos de la mano los nacionalistas catalanes y vascos.
Ni el presidente del Gobierno en funciones, ni el líder de la oposición, también en funciones, podrán aguantar cuatro años de Legislatura en las condicione de desmembramiento político que existe en los partidos españoles. Pedro Sánchez puede conseguir los votos necesarios para lograr la investidura pero no podrá estar gobernando bajo la presión constante de miembros de su propio Consejo de Ministros y del resto de los partidos que le hayan apoyado. Lo mismo cabe decir de Alberto Núñez Feijóo, obligado a cambiar de equipo tanto si se convocan de nuevo las elecciones como si tiene que estar cuatro años de oposición.
Es difícil pero no imposible. Si Puigdemont se lo propone y acepta el reto de obligar a Pedro Sánchez a ir a unas nuevas elecciones generales el 14 de enero de 2024, el Rey puede que quite al ex monarca belga, Alberto II, el record mundial que ostenta su país, al estar 650 días con un Gobierno en funciones. Basta con que confluyan a comienzos del próximo año un par de circunstancias que, con ser difíciles no son imposibles.
Es la insoportable levedad del ser, de la que escribió el checo Milán Kundera hace 40 años, la que cada día pone más difícil que Pedro Sánchez consiga los votos necesarios para seguir en La Moncloa. Esa levedad ideológica en los político, en lo económico y hasta en lo social tiene nombre y apellidos: el Sumar de Yolanda Díaz y las quince siglas que están bajo su cada vez menos blanco manto.
Están empeñados los dos grandes partidos en regresar al bipartidismo imperfecto de la Transición con la memoria de la España de Cánovas y Sagasta en su memoria. Una forma de repartirse el poder de forma civilizada para que de este país nuestro desaparezcan los sobresaltos y los gobiernos sean previsibles: diferencias en lo accesorio y acuerdos en lo fundamental. Para ello es fundamental que Núñez Feijóo logre deshacerse del Vox de Santiago Abascal, y que el PSOE de Pedro Sánchez siga apoyando la implacable destrucción del Podemos de Pablo Iglesias que lleva haciendo Yolanda Díaz.
Si hay Gobierno, será muy parecido al actual. Es la única pista que ha dado el presidente en funciones tras su entrevista con el Rey y la presentación oficial de su candidatura. Es más que posible que tenga menos Ministerios y que aparezca algún independiente que no pertenezca ni al PSOE ni a Sumar. Pedro Sánchez necesita los 31 votos que aglutina Yolanda Díaz y le tiene que dar una porción del futuro poder gubernamental, y ésta, a su vez, tiene que negociar una pequeña parte de ese poder con las otrora poderosas compañeras de Podemos. Que esté o no esté en el mismo Irene Montero es un tema fácil de resolver, existen muchos puestos y cargos que dependen del largo brazo del Ejecutivo.
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