La muerte en el ruedo del torero Víctor Barrio ha desatado un debate que, tarde o temprano, es necesario abrir. Los terribles y nauseabundos comentarios vertidos en las redes han conmocionado a las buenas personas, aficionadas o no a la fiesta. Cuesta creer que hayas gentes capaces de semejantes burlas, de tan atroces mofas, de ausencia total de la mínima compasión ante el cadáver de un hombre de 29 años y para con sus familiares. No es posible que ante esta realidad los buenos, los que creemos que la vida y la muerte merecen el máximo respeto, que defendemos la dignidad de todas las personas sin exclusiones ni matices, que defendemos la libertad de todos como mejor manera de defender la propia de cada cual, no podemos ni debemos quedar callados. Muy al contrario. Nuestra obligación -me siento obligada a ello- es mostrar nuestra más contundente condena, nuestro máximo rechazo y no disimular el asco, la rabia y la náusea que nos producen tanto los comentarios como las personas que los lanzan.
Ignoro si los tuits conocidos constituyen delito. El debate jurídico, sin duda, está servido y como es lógico está lleno de matices que hay que dejar en manos de los profesionales. Hecha esta salvedad, soy de las que cree que una eventual condena de cárcel, no conduce a nada o a muy poco. Mas efectivo es que quienes así se manifiestan sientan el mas absoluto de los rechazos sociales, que se sientan estigmatizados y despreciados por los buenos. Nunca los buenos debemos responder como ellos lo hacen. No podemos ni debemos ser como ellos, pero no podemos callar. El silencio de las buenas gentes ante acontecimientos que en sí mismos tienen un elevado grado de miseria moral nunca trae nada bueno.
Y hay miseria moral cuando se mofan de las victimas del terrorismo, de sus familiares, cuando no se respeta el duelo de los que sufren, cuando se desea el mal a otros. Hay miseria moral cuando sale el lado más oscuro de nuestra condición humana y es ese lado oscuro el que ha encontrado cobijo en las redes que bajo el anonimato o con nombres y apellidos surgen desahogos que estremecen, que nunca, quienes los hacen, lo firmarían en un periódico o lo dirían a cuerpo descubierto en la radio o en la televisión porque saben que si lo hicieran tendrían serias consecuencias.
Las redes forman parte de nuestra vida. Se han convertido en un magnífico medio de comunicación que queda lastrado por el uso innoble y miserable de unos pocos. Los innobles y miserables son pocos en ese extraordinario universo, pero hacen ruido y hay que pararles, tienen que saber que son despreciados, que producen asco y esto es labor de los buenos , de los que nos conmueve el dolor ajeno, de los que creemos que la libertad de expresión no puede amparar la barbarie, de los que vemos en el otro alguien digno de respeto con derecho a vivir como quiera y a morir en paz.
No todo está, ni debe estarlo, en manos de los tribunales que si tienen que actuar deben hacerlo. No debemos esperar a que resuelva el debate jurídico. Es urgente que la sociedad, que todos nosotros, no nos callemos ante los tuits infames, ante discriminaciones que claman al cielo. No basta con ser buenos ciudadanos que pagamos nuestros impuestos, guardamos cola ante cualquier ventanilla y no nos saltamos los semáforos. Los buenos no podemos callarnos. Por el contrario, los buenos debemos hacer valer la ética y la estética en los comportamientos individuales y colectivos y recordar una y mil veces que porque algo no sea delito deba ser aceptado como aceptable. Si no lo hacemos seremos cómplices de aquellos que no saben como se escribe la palabra compasión.